De los evangelistas, Mateo y
Lucas nos dicen que Jesús nació en Belén (ver la pregunta: ¿Jesús nació en
Belén o en Nazaret?). Mateo no precisa el lugar, pero Lucas señala que
María, después de dar a luz a su hijo, “lo recostó en un pesebre, porque no
había lugar para ellos en el aposento” (Lc 2,7). El “pesebre” indica que en el
sitio donde nació Jesús se guardaba el ganado. Lucas señala también que el niño
en el pesebre será la señal para los pastores de que allí ha nacido el Salvador
(Lc 2,12.16). La palabra griega que emplea para “aposento” es katályma.
Designa la habitación espaciosa de las casas, que podía servir de salón o cuarto
de huéspedes. En el Nuevo Testamento se utiliza otras dos veces (Lc 22,11 y Mc
14,14) para indicar la sala donde Jesús celebró la última cena con sus
discípulos. Posiblemente, el evangelista quiera señalar con sus palabras que el
lugar no permitía preservar la intimidad del acontecimiento. Justino (Diálogo
con Trifón 78) afirma que nació en una cueva y Orígenes (Contra Celso
1,51) y los evangelios apócrifos refieren lo mismo (Protoevangelio de
Santiago 20; Evangelio árabe de la infancia 2; Pseudo-Mateo
13).
La tradición de la Iglesia ha trasmitido desde muy pronto el carácter
sobrenatural del nacimiento de Jesús. San Ignacio de Antioquia, hacía el año
100, lo afirma al decir que “al príncipe de este mundo se le ocultó la
virginidad de María, y su parto, así como también la muerte del Señor. Tres
misterios portentosos obrados en el silencio de Dios” (Ad Ephesios 19,1).
A finales del siglo II, San Ireneo señala que el parto fue sin dolor (Demonstratio
Evangelica 54) y Clemente de Alejandría, en dependencia ya de los apócrifos,
afirma que el nacimiento de Jesús fue virginal (Stromata 7,16). En un
texto del siglo IV atribuido a San Gregorio Taumaturgo se dice claramente: “a1
nacer (Cristo) conservó el seno y la virginidad inmaculados, para que la
inaudita naturaleza de este parto fuese para nosotros el signo de un gran
misterio” (Pitra, “Analecta Sacra”, IV, 391). Los evangelios apócrifos más
antiguos, a pesar de su carácter extravagante, preservan tradiciones populares
que coinciden con los testimonios arriba señalados. La Odas de Salomón
(Oda 19), la Ascensión de Isaías (cap. 14), el Protoevangelio de
Santiago (cap. 20-21) y el Pseudo-Mateo (cap. 13) refieren cómo el
nacimiento de Jesús estuvo revestido de un carácter milagroso.
Todos estos testimonios reflejan una tradición de fe que ha sido sancionada por
la enseñanza de la Iglesia y que afirma que María fue virgen antes del parto, en
el parto y después del parto: “La profundización de la fe en la maternidad
virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de
María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. DS
291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo ‘lejos de
disminuir consagró la integridad virginal’ de su madre (LG 57). La liturgia de
la Iglesia celebra a María como la ‘Aeiparthenos’, la ‘siempre-virgen’ (cf. LG
52)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 499).