Pbro. Miguel Agustin Pro antes de ser fusilado
Por: Vittorio Messori
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El aniversario ha generado un río de palabras, en el que se mezclan verdades y leyendas, intuiciones profundas y consignas superficiales. Lo que más entristece es la actitud de ciertos religiosos -sobre todo del hemisferio norte, europeo y americano- quienes, a pesar de la caída repentina de aquel marxismo que habían abrazado con entusiasmo de conversos, siguen aplicando sus falaces y desastrosas categorías interpretativas.
Hasta hay frailes y monjas que públicamente critican a los misioneros cristianos por haber destruido esas bonitas idolatrías precolombinas, esos fetichismos feroces que -es el caso de los aztecas- tenían como base indispensable el sacrificio humano colectivo. En su opinión, quizás, habría sido mucho mejor que estos pueblos no hubieran entrado nunca en contacto con esa manía peligrosa de sus hermanos de entonces de considerar importante el anuncio de Cristo y del Evangelio.
Pero en el conjunto de lo insulso, falso y no cristiano (aunque defendido por quien se presenta como "cristiano", y más que cualquier otro, pues se llama a sí mismo "defensor de los oprimidos"), destacan algunas publicaciones que merecen nuestra atención.
Entre otras, la traducción, publicada por Ares, de la obra de Alberto Caturelli, eminente profesor de Filosofía en la universidad argentina de Córdoba. El libro -con el título El nuevo mundo redescubierto- es una extraordinaria mezcla de metafísica, historia y teología: el resultado es una lograda y esclarecedora reflexión, porque analiza lo que pasó en las Américas en línea con una "teología de la historia", de la cual carecen los creyentes desde hace demasiado tiempo, con el resultado de hacerlos insignificantes.
Es un destino frente al cual Jean Dumont también
intenta reaccionar, con su pequeño, denso y nervioso libro, provocativamente
"católico" ya desde el título: El Evangelio en las Américas. De la barbarie a la
civilización. La traducción italiana es de Edizioni Edieffe, la misma editorial
que publicó la atrevida traducción del panfleto sobre
Es Jean Dumont quien recuerda el caso de México,
muchas veces olvidado, a los "nuevos" católicos en vena masoquista, a esos
creyentes que juzgan la epopeya del anuncio de la fe en tierras americanas sólo
como una guerra de masacre y conquista, disfrazada de seudoevangelizació
Se trata de acontecimientos recientes, de hace
unos decenios, que sin embargo parecen enterrados bajo una cortina de olvido y
silencio. Aquí están curas y frailes contándonos por enésima vez las
atrocidades, ciertas o presuntas, de los conquistadores del siglo XVI, y
callando, al mismo tiempo, de manera obstinada, lo de los cristeros del siglo XX.
Un silencio no casual, porque precisamente los cristeros, con su multitud de
mártires indígenas, desmontan el esquema que da por forzada y superficial la
evangelizació
Tratemos, pues, de refrescar un poco la memoria.
Como ya hemos recordado en capítulos dedicados a la "leyenda negra" antiespañola,
a principios del siglo XIX la burguesía criolla, es decir de origen europeo,
luchó para liberarse de
Las nuevas castas en el poder en las antiguas provincias españolas llevan a cabo una legislación anticatólica, enfrentándose con la resistencia popular, constituida en su mayoría por aquellos indios o mestizos que - según el esquema actual- habrían sido bautizados a la fuerza y desearían volver a sus cultos sangrientos. En México las leyes "jacobinas" y la primera insurrección "católica" son del período entre 1858 y 1862.
A principios de nuestro siglo el jacobinismo
liberal se hace aliado del socialismo y el marxismo locales, de manera que
"entre 1914 y 1915 los obispos fueron detenidos o expulsados, todos los
sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto
religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades
eclesiásticas confiscadas.
Cabe señalar que aquella Constitución (todavía en vigor, al menos formalmente: en sus viajes a México, las autoridades llamaron a Juan Pablo II siempre y sólo señor Woityla) no fue sometida a la aprobación del pueblo. Que no solamente no la habría aprobado, sino que en seguida dio a conocer su posición: primero mediante la resistencia pasiva y luego con las armas, en nombre de la doctrina católica tradicional, según la cual es lícito resistir con la fuerza a una tiranía insoportable.
Empezaba así la epopeya de los cristeros, así
llamados, despectivamente, porque delante del pelotón de fusilamiento morían
gritando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo y Nuestra Señora de Guadalupe! Los
insurrectos, que (igual que sus hermanos de
La guerra estalló entre 1926 y 1929. Y si al final
el gobierno se vio obligado a aceptar un compromiso (y los bandoleros católicos,
no obstante los éxitos, tuvieron que obedecer, contra su voluntad, a la orden de
Al contrario de las revoluciones marxistas, que en
ninguna parte del mundo y nunca ni siquiera en América latina pudieron realmente
llegar al pueblo (esto fue evidente, por ejemplo, en Nicaragua, cuando se le dio
voz al pueblo),
La resistencia más heroica se dio precisamente entre los indios del México central, que había sido cuna de los aztecas y de sus cultos negros; mientras que la casta de los "sin Dios", en el gobierno, venía de las regiones del norte, escasamente cristianizadas a causa de la supresión, en el siglo XVIII, de las misiones jesuitas.
La lucha de los cristeros en defensa de la fe fue
una de las más heroicas de la historia, y ha llegado, aunque en formas no tan
cruentas, hasta nuestros días. A pesar de
¿Cómo explican esta fidelidad los que nos quieren
convencer de que hubo una evangelizació