El “credo” popular


Visitaba yo a una amiga que había dado a luz recientemente y, al entrar en la habitación del bebé, advertí un gran vaso lleno de agua colocado debajo de la cuna. Como evidentemente no estaba ahí a causa de alguna gotera, en el primer momento en que nos quedamos solos, le pregunté prudentemente: “Y ese vaso, ¿qué significa?” Ella, con cara de disgusto me confesó: “Eso es cosa de mi suegra, tú sabes que ella cree en todas esas boberías”. “Y tú, ¿por qué no lo has quitado?”, le dije, pero ella enseguida aclaró: “Lo he dejado, por si acaso…”

Para un buen número de católicos bautizados, su aproximación a la Iglesia no pasa más allá de la periferia de lo religioso. La religión, que es un fenómeno presente en todos los seres humanos de todas las culturas, coloca al hombre y a la mujer en una actitud de búsqueda de lo sagrado; es, sobre todo y fundamentalmente, una necesidad vital que pretende asegurar el contacto con aquello que trasciende la vida y de alguna manera puede explicarla. La religión es la búsqueda de Dios, el esfuerzo humano por llegar a lo sobrenatural para encontrar apoyo, seguridad, tranquilidad, y sobre todo, para solucionar aquellas cosas cuyo control se escapa de las manos. La religión parte de la realidad humana para dirigirse al misterio de Dios, pero todavía no es Fe. La religión tiene creencias, su propio credo popular, “su lista privada de verdades de fe”. La mejor frase para describir esta realidad la escuchamos, lamentablemente, con no poca frecuencia: “yo soy católico, pero a mi manera”.

La religión, que es una condición universal, se tiñe de una forma determinada según el marco cultural de la sociedad donde se vive. En un contexto católico adoptará muchos elementos del culto y los ritos presentes en las celebraciones de la Iglesia. En este sentido, ser religioso no implica realmente una pertenencia a la Iglesia, y a todo lo que ella quiere ofrecer, sino, simplemente, un acercarse al culto católico para recibir algunos símbolos y ritos considerados de importancia  y conveniencia para las necesidades espirituales del individuo.

Es un diálogo en el que la Iglesia y una buena parte de los que piden el bautismo se expresan en idiomas distintos, en los que se habla de una misma realidad con dos lecturas o significados muy diferentes. Así, muchos se acercan a la Iglesia buscando recibir el rito del bautismo solamente. La Iglesia pretende ofrecerles el Sacramento del Bautismo con todo su alcance. Desea que los que reciben el sacramento celebren, entiendan y disfruten toda la riqueza de su contenido, para  que se realice en la vida del nuevo cristiano todo aquello que los ritos tan efectivamente significan. Lamentablemente, en un notable número, vienen  buscando sólo aquellos aspectos exteriores del ritual católico. Sólo buscan el rito del bautismo, sin entender ni pretender el sacramento, que  queda penosamente reducido a rito, a ceremonia. ¿Acaso no se podría decir lo mismo de muchas bodas? Para ser sinceros, ¿cuántas veces hemos podido decir con certeza que hemos tenido la dicha de haber asistido a una auténtica liturgia matrimonial, en la que una pareja se promete fidelidad mutua a la manera de Cristo, apoyada por la profunda oración de la comunidad de fe de los hermanos presentes y en pleno conocimiento y deseo de realizar y de ser signo del amor de Cristo por su Iglesia?

Así como la religión es la búsqueda de Dios por parte del ser humano, la Fe es Dios que toma la iniciativa de salir a la búsqueda, al encuentro de los hombres y las mujeres que somos sus hijos. En ese sentido, la Fe cristiana no es una religión, sino, sobre todo, una Revelación. Una Fe que no es una suma de creencias o de conceptos más o menos acertados sobre Dios, sino la relación personal con Cristo Resucitado, capaz de transformar la vida del hombre y la mujer y de colocarla en su verdadero rumbo. Más que una convicción, es un comportamiento expresado en el compromiso y la fidelidad.

En ese marco, los sacramentos aparecen realmente como lo que son: celebraciones de fe realizadas en el interior de la Iglesia, para expresar y realizar la vida de Cristo otorgada como don.

En la teología paulina, el bautismo es ante todo una inmersión en el misterio pascual de Cristo; es –con toda convicción y deseo– querer intensamente ser sumergido en aquello que es particularmente significativo del obrar de Jesús: su entrega. Y querer saturarse de esta entrega. Un bautizado es alguien que busca vivir la entrega de Jesús para realizarla poco a poco, pero decididamente, en su ser. Un bautizado es aquel que ha aceptado vivir y comunicar la fe en el Resucitado mediante la transparencia y la autenticidad de su vida. Se trata, en definitiva, de realizar testimonialmente lo que es el Evangelio, porque la fe es, ante todo, un comportamiento.  Cuando se reduce el sacramento a sólo un rito, éste  se convierte en meta y no en punto de partida. Por eso, a diferencia de lo que hacían las primitivas comunidades cristianas, que bautizaban a los que se habían convertido, hoy tenemos que trabajar para convertir a los bautizados.

“Tener religión”, “ser religioso” o “tener creencias religiosas”, son expresiones ambiguas y flojas que no indican, precisamente, que se tenga Fe con todas sus consecuencias. Realmente, es muy bueno ser una mujer o un hombre religioso, porque serlo conlleva una potencial apertura al don de la Fe; pero eso no es suficiente, no basta. Es camino hacia la Fe, pero todavía no es, necesariamente, Fe. Por eso, cuando alguien abandona el catolicismo popular para ingresar en alguna otra experiencia religiosa, debemos suponer que realmente no ha abandonado la Fe,  porque nunca llegó a tenerla. Creencias sí que las tenía, y tal vez demasiadas o demasiado superficiales, pero no Fe. No ha dejado el Credo Católico, Apostólico y Romano, sino que se ha alejado del credo popular que tenía, de sus propias “verdades de fe”. En definitiva, ha dejado de ser, y de mala manera, “católico a su manera”.