«Convertíos y creed en el Evangelio». En labios de Jesús, convertirse ya no significa volver hacia atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la Ley, sino más bien dar un salto hacia adelante y entrar en el Reino, agarrarse a la salvación, que ha venido para todos los hombres gratuitamente por libre y soberana iniciativa de Dios.

Conversión y salvación se han intercambiado de puesto. Ya no es primero la conversión por parte del hombre y, en consecuencia, después la salvación como recompensa por parte de Dios, sino que es primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y, después, la conversión, como respuesta del hombre. Por eso, la idea subyacente en toda la doctrina sobre la conversión ya no es «convertíos para ser salvados; convertíos y la salvación vendrá a vosotros», sino «convertíos porque estáis salvados, porque la salvación ha venido a vosotros».

En esto consiste el «alegre anuncio», la «Buena Noticia», en el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera a que el hombre dé el primer paso, cambie de vida, produzca obras buenas, como si la salvación fuese la recompensa debida a sus esfuerzos. No, primero está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no comienza predicando el deber, sino el don; no comienza con la Ley, sino con la gracia.