CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

 

CONSIDERACIONES ECUMÉNICAS SOBRE EL DIÁLOGO Y LAS RELACIONES CON CREYENTES DE OTRAS RELIGIONES


Balance de 30 años de diálogo y revisión de las Directrices de 1979

 

1. Desde sus comienzos, la Iglesia ha confesado que Dios reconcilia al mundo con Él mismo por medio de Cristo Jesús. A lo largo de la historia, la Iglesia ha tratado de entender y aplicar los fundamentos de su fe a las situaciones concretas en que se ha encontrado. Procedente de la tradición judía, la iglesia primitiva tuvo que repensar constantemente el entendimiento de sí misma cuando pasó a ser una iglesia de judíos y gentiles, y más allá de su contexto grecorromano penetró en otras culturas y regiones del mundo. Hoy la iglesia está llamada constantemente a facilitar la relación de sus miembros con creyentes de otras tradiciones religiosas y a dar testimonio junto con otros. 

2. Fiel a esta visión, el Consejo Mundial de Iglesias elaboró, en Chiang Mai en 1979, las “Directrices para el diálogo con otras religiones e ideologías de nuestro tiempo”. Reafirmamos el valor de esas directrices, suscritas y recibidas por muchas iglesias. Sin embargo, tenemos ahora treinta años de experiencia en relaciones y diálogo interreligiosos, lo que hace posible avanzar a partir de lo que hemos logrado o intentado. Desde que se formularon esas Directrices en 1979, el Movimiento Ecuménico ha tomado medidas importantes para facilitar las relaciones y el diálogo interreligiosos, y se han suscitado esperanzas en relación con los frutos de esos esfuerzos.

3. Desde hace algunos años, las iglesias miembros han pedido que se elaboren nuevas directrices para que las relaciones y el diálogo interreligiosos tengan en cuenta el contexto actual. Más que nunca, sentimos una necesidad creciente no sólo de dialogar con creyentes de otras religiones, sino de entablar con ellos verdaderas relaciones. Una mayor conciencia del pluralismo religioso, del papel potencial de la religión en los conflictos, y del lugar más importante que ocupa la religión en la vida pública constituyen imperativos urgentes que requieren una comprensión y una cooperación mayores entre creyentes de diversas religiones.

4. Desde una perspectiva mundial, nos dirigimos, como cristianos de diversas tradiciones, a las iglesias miembros. Esperamos que las iglesias estudien a nivel local estas consideraciones ecuménicas, y que las examinen y adapten en función de sus propios contextos. En este esfuerzo, los cristianos deberían tratar de avanzar para formular, en colaboración con sus prójimos de otras tradiciones religiosas, directrices consensuadas para las relaciones y el diálogo, esclarecedoras e instructivas para todos, que permitan apostar por relaciones de confianza y la construcción de la comunidad.

 

Relaciones y diálogo interreligiosos hoy

5. Más conscientes de la pluralidad religiosa, sentimos con mayor apremio la necesidad de mejorar las relaciones y el diálogo entre personas de diferentes religiones. La mayor movilidad, los grandes movimientos de refugiados y las migraciones económicas han hecho que más personas de diferentes religiones tengan que convivir en la sociedad. Cuando existen mecanismos para el diálogo y el encuentro, hay posibilidades de promover un mayor conocimiento y conciencia entre los creyentes de diferentes religiones. Lamentablemente, la mayor relación entre comunidades ha sido a veces fuente de tensiones y temores. Para muchas comunidades, esa tensión no hace sino confirmar la necesidad de proteger sus identidades individuales y su carácter distintivo. A veces no queda clara la diferencia entre la búsqueda legítima de identidad y la hostilidad hacia personas de otras religiones y culturas. En todas las partes del mundo, ha habido un aumento de la influencia de movimientos y líderes que tratan de movilizar a los creyentes de las principales tradiciones religiosas en nombre de la preservación de una identidad específica que se cree está amenazada. Esta forma de entender la identidad se da a menudo en el marco excluyente de la creación de un nuevo orden social basado en la recuperación selectiva de doctrinas, creencias y prácticas de un pasado sacralizado.

6. Dondequiera que la pluralidad religiosa suscite tensiones en la comunidad, existe la posibilidad de que los sentimientos religiosos sean manipulados. La religión expresa algunos de los más profundos sentimientos y sensibilidades de los individuos y las comunidades; es portadora de una profunda memoria histórica y suele apelar a solidaridades confesionales que carecen de sentido crítico. A veces, se ve la religión como causa de los conflictos, aunque es más probable que sea de hecho un factor de exacerbación de los conflictos. Las relaciones y el diálogo interreligiosos tienen por objeto evitar esa utilización abusiva de la religión, y dar oportunidades a los creyentes para que se unan a fin de servir como agentes de sanación y reconciliación.

7. Muy a menudo las identidades religiosas se ven involucradas en los conflictos y la violencia. En algunas partes del mundo, la religión se asimila cada vez más con la identidad étnica, dando connotaciones religiosas a los conflictos étnicos. En otras situaciones, la identidad religiosa está tan estrechamente asociada al poder que las comunidades que no tienen poder, o que son objeto de discriminación, consideran su religión como la fuerza capaz de canalizar su disconformidad y su protesta. Estos conflictos tienden a parecer o son presentados como conflictos entre comunidades religiosas que las polarizan en función de criterios comunales. Las comunidades religiosas suelen heredar divisiones profundas, odios y enemistades que, en la mayoría de los casos, se transmiten a través de generaciones de conflictos. Cuando las comunidades se identifican ellas mismas a su religión o son identificadas exclusivamente por su religión, la situación se hace explosiva, y puede desgarrar incluso comunidades que han vivido en paz durante siglos. A las relaciones y el diálogo interreligiosos incumbe ayudar a impedir que la religión sea la falla que divide a las comunidades.

8. Es ahora más importante que nunca esforzarse a nivel mundial por impedir la polarización entre comunidades religiosas. Los medios de información hacen que la gente tienda a ver el conflicto en un lugar como parte del conflicto en otro lugar, de manera que las enemistades en una parte del mundo se extienden a otras regiones. Un acto de violencia cometido en un lugar se utiliza para confirmar el estereotipo del “enemigo” en otro lugar, o incluso para provocar atentados como venganza en cualquier parte del mundo. Es preciso, pues, “desmundializar” las situaciones de conflicto y analizar cada una en su propio contexto. Recalcar la especificidad de cada contexto no significa que los creyentes en otras partes del mundo no deban sentirse concernidos y afectados. Un compromiso interreligioso en un lugar puede, de hecho, ser una contribución esencial a la construcción de la paz y a la reconciliación en otro lugar.

9. En muchos países, la religión desempeña en la vida pública un papel cada vez más importante que requiere más comprensión y cooperación entre las religiones. Las instancias gubernamentales y no gubernamentales piden actualmente a los dirigentes religiosos que se pronuncien sobre problemas actuales que afectan a la moral. Sin embargo, para hablar colectivamente y con autoridad moral, las comunidades religiosas deben discernir sus valores comunes, decidir en qué medida pueden expresarse con una sola voz y estudiar cómo pueden evitar ser manipuladas por las fuerzas políticas.

 

Ante la pluralidad religiosa

10. En los encuentros con interlocutores de otras tradiciones religiosas, muchos cristianos han tomado conciencia del significado de una “humanidad común” ante Dios. Esta experiencia está arraigada en la afirmación bíblica de que Dios es el creador y el sustentador de toda la creación. “Del Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Sal 24:1). Dios llamó al pueblo de Israel para que fueran testigos entre las naciones, afirmando al mismo tiempo que Dios es el Dios de todas las naciones (Ex 19: 5-6). Las visiones escatológicas de la Biblia anticipan la reunión de todas las naciones y la restauración de la creación en la plenitud que Dios quiere para todos. Esta convicción se refleja en la afirmación de que Dios nunca ha dejado de dar testimonio en todo tiempo y a todas las gentes (Hch 14:17).

11. En sus relaciones con creyentes de otras religiones, los cristianos deben ser conscientes de las ambigüedades de las expresiones religiosas. Aunque las tradiciones religiosas se expresan mediante la sabiduría, el amor, la compasión y vida de piedad, no son inmunes a la locura, la maldad y el pecado. Las tradiciones e instituciones religiosas apoyan a veces sistemas de opresión y exclusión o funcionan como tales. Toda evaluación imparcial de las tradiciones religiosas ha de tener presente su incapacidad de vivir de conformidad con sus más nobles ideales. Gracias al testimonio de la historia, los cristianos somos particularmente conscientes de que nuestra tradición religiosa se ha utilizado a veces para falsear el propio sentido del Evangelio que estamos llamados a proclamar.

12. Como testigos, abordamos las relaciones y el diálogo interreligiosos desde el compromiso de nuestra fe. En el corazón del credo cristiano está la fe en Dios uno y trino. Afirmamos que Dios, el Padre, es el creador y sustentador de toda la creación. Vemos en la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo el centro de la obra redentora de Dios para nosotros y para el mundo. El Espíritu Santo nos confirma en esa fe, renovando nuestras vidas y guiándonos hacia la plenitud de la verdad.

13. Estamos convencidos de que hemos sido llamados a dar testimonio en el mundo de la acción de sanación y reconciliación de Dios en Cristo. Lo hacemos humildemente, reconociendo que no comprendemos plenamente los caminos por los que la acción redentora de Dios alcanzará su plenitud. Ahora vemos sólo confusamente, como en un espejo, porque nuestro saber es sólo parcial y no tenemos el pleno conocimiento de lo que Dios nos tiene reservado (véase 1 Cor 13:12-13).

14. Para muchos cristianos es difícil dar sentido a otras tradiciones religiosas o entablar con ellas una relación creativa. Sin embargo, como cristianos creemos que el Espíritu de Dios trabaja de maneras que escapan a nuestro entendimiento (véase Jn 3: 8). La acción del Espíritu está más allá de nuestras definiciones, descripciones y limitaciones. Debemos tratar de discernir la presencia del Espíritu allí donde hay “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gl 5: 22-23). El Espíritu de Dios gime con nuestro espíritu. El Espíritu actúa para llevar a cabo la redención de todo el orden creado (Ro 8: 18-27).

15. Somos testigos en un mundo en el que Dios no está ausente y ante personas que tienen algo que decir sobre Dios. Nos encontramos con personas que viven gracias a una religión que encuadra sus vidas y en la que se sienten a gusto. Damos testimonio entre ellas con un espíritu y una espiritualidad imbuidos de nuestra fe cristiana. Los cristianos tienen que abrirse al testimonio que dan los otros no sólo en palabras, sino también mediante sus actos de fe, su devoción a Dios, su servicio desinteresado y su apuesta por el amor y la noviolencia.

16. Nuestro testimonio está marcado por el arrepentimiento, la humildad, la integridad y la esperanza. Sabemos con cuanta facilidad tergiversamos la revelación de Dios en Jesucristo, traicionándola con nuestros actos y erigiéndonos en detentadores de la verdad de Dios en lugar de receptores indignos de su gracia. La espiritualidad, la entrega, la compasión y la sabiduría que vemos en otros nos dejan poco espacio para reivindicar una superioridad moral. Esperando ansiosos la libertad que Dios quiere para toda la creación (Ro 8:19-21), no podemos sino dar a conocer a otros nuestra propia experiencia y testimonio, y escucharlos, al mismo tiempo, expresar sus más profundas convicciones y apreciaciones.

17. En el diálogo y las relaciones con personas de otras religiones, hemos podido comprender que nuestras afirmaciones teológicas no agotan el misterio de la salvación de Dios.

La salvación pertenece a Dios. De ahí que no podamos tener la temeridad de erigirnos en jueces de otros. Mientras damos testimonio de nuestra fe, tratamos de entender los caminos por los que Dios se propone dar cumplimiento a sus designios.

La salvación pertenece a Dios. De ahí que podamos asegurar a nuestros interlocutores en el diálogo que somos sinceros y francos en nuestro deseo de caminar juntos hacia la plenitud de la verdad.

La salvación pertenece a Dios. De ahí que proclamemos con confianza esa esperanza, preparados para dar razón de ella mientras luchamos y obramos junto con otros en un mundo desgarrado por rivalidades y guerras, desigualdades sociales e injusticias económicas.

 

Principios rectores

18. El diálogo debe ser un proceso de enriquecimiento mutuo, no una negociación entre partes con intereses y reivindicaciones contrarias. En lugar de encerrarse en relaciones de poder, los interlocutores en el diálogo deben estar habilitados para participar en una búsqueda común de la justicia y la paz, y en una acción constructiva en bien de todos los seres humanos.

19. En el diálogo, crecemos en la fe. Para los cristianos, la participación en el diálogo lleva a una reconsideración constante de nuestra comprensión de la tradición bíblica y teológica. El diálogo induce a todas las comunidades a la autocrítica y a una nueva reflexión sobre las formas en que han interpretado sus tradiciones religiosas. El diálogo transforma la experiencia de la fe, y ayuda a las personas a profundizar y crecer en su fe de formas sorprendentes.

20. En el diálogo, afirmamos nuestra esperanza. En medio de las muchas divisiones, conflictos y violencia se manifiesta la esperanza de que es posible formar una comunidad humana que viva en justicia y paz. El diálogo no es un fin en sí mismo. Es un medio para construir puentes de respeto y comprensión. Es una gozosa afirmación de vida para todos.

21. En el diálogo, cultivamos las relaciones. Anudar lazos con aquellos que se considera como “los otros” es el objetivo de todo diálogo. Sin embargo, esos lazos no son fáciles de establecer y se requiere tiempo para lograrlo. Paciencia y perseverancia son esenciales en la práctica del diálogo. La tenacidad para continuar, aun cuando los frutos no sean visibles, es una de las cualidades indispensables para el diálogo.

22. En el diálogo, el contexto nos ayuda a comprender. El diálogo tiene lugar en un contexto concreto. Es esencial ser conscientes de los datos de la realidad como la experiencia histórica, la coyuntura económica y las ideologías políticas. Además, las diferencias de cultura, sexo, edad, raza e identidad étnica influyen también de forma importante en la naturaleza y el estilo de las relaciones. La finalidad del diálogo, cuando se toma en serio el contexto, no es eliminar las diferencias ni desdeñarlas, sino establecer relaciones de confianza en el respeto de esas diferencias.

23. En el diálogo, avanzamos hacia el respeto mutuo. Cada una de las partes dialogantes tiene que oír y escuchar cómo la otra entiende su propia fe. Habrá confianza si se permite que los interlocutores se definan libremente, absteniéndose de cualquier proselitismo, y dando oportunidades para cuestionarse mutuamente, sin dejar de lado, si procede, las críticas justificadas. Estas prácticas facilitan la comprensión gracias al conocimiento recíproco, que es la base de toda relación.

24. En el diálogo, es importante respetar la integridad de las tradiciones religiosas en la diversidad de sus estructuras y organizaciones. Igualmente importante es comprender la forma en que los participantes en el diálogo definen su relación con su comunidad. Algunos afirman su derecho y deber de hablar en su nombre. Otros prefieren hablar desde su propia experiencia.

25. La cooperación y la colaboración están en el centro del diálogo. Todos los participantes tienen que ser incluidos en el proceso de planificación desde el principio. La fuerza de un programa que se establece en común radica en el hecho de que todos los participantes lo hacen suyo y se comprometen a llevarlo a buen término. Para ello, es esencial fijar objetivos claros, convenir juntos en criterios de participación y hacer una evaluación con regularidad.

26. En el diálogo tratamos de ser incluyentes, ya que el diálogo puede derivar fácilmente hacia una actividad elitista y quedar limitado a ciertos sectores de la sociedad. Velemos por que el diálogo tenga lugar a distintos niveles, entre diferentes grupos y sobre temas que interesen a todos los sectores de la comunidad.

 

Algunas consideraciones prácticas

27. Incluso con la mejor de las intenciones, individuos y comunidades pueden tropezar con problemas y dificultades en las relaciones y el diálogo interreligiosos. A veces, la invitación al diálogo se recibe con vacilación, recelo, indiferencia u oposición tanto en la propia comunidad como por parte de otras comunidades religiosas. A veces, las relaciones interreligiosas inducen actitudes que contrastan con los valores inherentes a la cultura y a la ética del diálogo. A veces, el resultado que se pueda esperar del diálogo no parece suficiente para justificar realmente la participación. Además, otros problemas, como los que se han planteado en debates recientes, requieren prudencia y reflexión.

28. A menudo se espera que el diálogo pueda llegar a ser un importante aporte en la búsqueda de soluciones a los conflictos políticos o comunitarios y en la restauración de la paz, en situaciones en las que la religión parece ser uno de los factores del conflicto. En algunos países hay interlocutores en el diálogo dispuestos a colaborar en esfuerzos concretos de pacificación por encima de las líneas de división religiosas. También hay casos en los que se invita a líderes religiosos a desempeñar un papel prominente en las iniciativas de paz patrocinadas por el Estado. Las repercusiones del diálogo en el contexto de los conflictos pueden no estar a la altura de las expectativas. Cuando el diálogo es incapaz de sofocar un conflicto, se pone en duda su pertinencia en la construcción de la paz. Sin embargo, por su propia naturaleza, el diálogo interreligioso no puede resolver instantáneamente los problemas que se plantean en situaciones de urgencia. Los contactos y las buenas relaciones de confianza y amistad entre personas de diferentes religiones, cultivadas mediante un diálogo paciente en tiempo de paz, pueden, en período de conflicto, impedir que la religión sea utilizada como un arma. En muchos casos, esas relaciones pueden allanar el camino para iniciativas de mediación y reconciliación. En momentos de tensión intercomunitaria o en lo más agudo de una crisis, los contactos establecidos por encima de la fractura comunitaria pueden tener un valor inapreciable en el restablecimiento de la paz.

29. Aunque el diálogo, por su propia naturaleza, es un encuentro directo, en todo diálogo hay, de los dos lados, participantes invisibles. Nuestros interlocutores muy a menudo nos harán responsables de lo que nuestros hermanos cristianos han hecho o dejado de hacer, han dicho o han callado. Aunque esto es de algún modo inevitable e incluso a veces comprensible, somos muy conscientes de los profundos desacuerdos dentro de las religiones y sabemos que las líneas de fractura no siempre separan a las comunidades religiosas sino que, a menudo, corren por el interior de esas comunidades. Las divergencias pueden ser no sólo teológicas, sino de índole social, política o moral. Por diversas razones, podemos encontrarnos en oposición con algunos de aquellos con quienes compartimos la misma fe. Hemos aprendido que las comunidades religiosas no son bloques monolíticos enfrentados entre sí. No debe ignorarse ni ocultarse la pluralidad de posiciones en cada lado por defender lo que se considera como el interés de una comunidad. La adhesión a una fe no supone identificación con lo que se hace o no se hace en su nombre. Así pues, no debemos encerrarnos en la defensiva, sino tener confianza en la fuerza del diálogo para enderezar opiniones o prejuicios profundamente arraigados.

30. En muchas comunidades religiosas encontramos personas que parecen ante todo interesadas en el crecimiento de su propia comunidad mediante diversas formas de misión, sin excluir el proselitismo. No muestran mucho interés por el diálogo, o lo utilizan en apoyo de su propósito misionero. Tales situaciones pueden ser desalentadoras para quienes desean entablar un diálogo. Su decepción a menudo les impide percibir en su comunidad a las personas que son críticas de esa actitud. Es esencial que busquemos deliberadamente tales interlocutores y estudiemos las formas de restablecer la credibilidad del diálogo, para que las personas con posiciones divergentes establezcan una relación de respeto mutuo y apertura al examinar las cuestiones que las dividen.

31. Hay varias expresiones del diálogo según los diversos aspectos de la propia vida. Ninguna expresión es mejor que las demás, y no debemos aferrarnos a un modelo o jerarquía de diálogo preestablecidos, sino responder a las necesidades haciendo lo que sea posible en cada situación. En algunos contextos, es más fácil hablar de diferencias “culturales” que de diferencias “religiosas”, aunque se examinen en el debate cuestiones de práctica religiosa o temas de interés religioso. Del mismo modo, podría ser posible una cooperación sobre cuestiones “sociales”, e incluso contar con un fuerte apoyo, aun cuando no se esté dispuesto a considerar la posibilidad de un diálogo sobre cuestiones teológicas.

32. Las motivaciones para el diálogo pueden estar a veces condicionadas por las relaciones de poder entre las comunidades religiosas y por la importancia, objetiva y subjetiva, de las disparidades numéricas. En muchos países, las comunidades hablan el mismo idioma y suelen tener la misma cultura. Con frecuencia la ley otorga a sus miembros los mismos derechos civiles y políticos. Pero las prácticas discriminatorias exacerban la desconfianza y agravan la división. La alianza de políticas estatales e identidades religiosas arraigadas en tradiciones comunitarias puede llevar a las comunidades a verse recíprocamente como una amenaza. Así ocurre en particular en tiempos de incertidumbre o de cambios políticos o constitucionales que impliquen una redefinición de las relaciones entre el Estado y la religión. El diálogo interreligioso no debe cerrar los ojos ante los efectos de la desigualdad de relaciones de fuerza y de las percepciones mutuas, por muy distorsionadas que sean. La pertinencia de las iniciativas de diálogo depende en gran medida de que el esfuerzo sea deliberado y esté centrado en disipar temores y suspicacias entre los que se ven como representantes de las comunidades religiosas. Análogamente, es esencial que el diálogo interreligioso cree una oportunidad para reforzar las lealtades interconfesionales, buscando siempre, en los debates y en la acción conjunta, el bien común y la participación política sin exclusiones.

33. Para muchos cristianos, participar en oraciones entre diversas religiones es un hecho cada vez más frecuente. Situaciones concretas de la vida cotidiana brindan oportunidades de encuentro con personas de religiones diferentes: casamientos interreligiosos, amistades personales, oraciones juntos con un objetivo común, por la paz o por el fin de una determinada crisis. Pero la ocasión puede ser también una fiesta nacional, una festividad religiosa, una asamblea escolar y otras reuniones en el contexto de las relaciones y el diálogo interreligiosos. Hay varias formas de oración entre creyentes de diferentes religiones. Los cristianos pueden ser invitados a otros lugares de culto, en los que deben ser respetuosos de las prácticas de esa tradición. Pueden también invitar a creyentes de otras religiones a un servicio religioso, ofreciendo una hospitalidad acogedora. La oración plurirreligiosa se yuxtapone a las oraciones de las diferentes tradiciones. Tiene la ventaja de que se reconocen la diversidad y la integridad de cada tradición y que oramos juntos en presencia unos de otros. El inconveniente puede ser que alguien permanezca como espectador. La oración que une a las diversas religiones permite que los creyentes de diferentes religiones planifiquen, preparen y participen en una oración en común. Hay quienes piensan que esto supone el riesgo de reducir la oración al menor denominador común y que puede restar valor a la espiritualidad singular de la oración en cada religión. Para otros, tal oración no es en absoluto posible. Pero para algunos, la posibilidad de orar juntos puede ser una ocasión de enriquecimiento espiritual. Todas estas reacciones diferentes indican que aún es necesario continuar dialogando con seriedad entre cristianos sobre esta cuestión.

 

Conclusión

34. En las muchas sociedades pluralistas en que viven, los cristianos y los creyentes de otras religiones se ven obligados a un diálogo de vida, con todas sus dificultades pero también con su riqueza y sus promesas. Adquieren nuevas perspectivas sobre su propia fe y la de los demás. Descubren nuevos recursos que los ayudan a ser más humanos y a hacer del mundo un lugar mejor en el que sea posible vivir juntos. Aprenden a ser más sensibles a las necesidades y aspiraciones del prójimo y más obedientes al designio de Dios para toda la creación.