Congreso Eucarístico: Comunión con Cristo y entre nosotros
Reflexión a pocos días del inicio del evento internacional en Dublín

Por la Hna. Eleana Salas FMA

ROMA, viernes 8 junio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos, con motivo de la inauguración del 50° Congreso Eucarístico Internacional este domingo 10, un artículo de la hermana Eleana Salas Cáceres, de la congregación de las Hijas de María Auxiliadora, y secretaria ejecutiva de la comisión episcopal de Misión y Espiritualidad del Episcopado Peruano.

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El mundo católico convergerá estos días en Dublín, en el 50º Congreso Eucarístico internacional. El tema propuesto no puede ser más sugestivo; en un mundo tan fraccionado y dividido, muchas veces violento y sangriento, viene a proclamarnos que la presencia de Jesús trae consigo la “comunión”.

Pienso que el sueño del Dios-Amor sobre las criaturas, especialmente sobre los seres humanos, se llama “comunión”. No puede ser diversamente; un Dios-Amor engendra hijos e hijas capaces de establecer vínculos y redes en el amor.

Pero, cuánto nos cuesta a los seres humanos, incluyendo a quienes nos decimos creyentes en Jesús, asumir y expresar el amor y la comunión. No es consuelo, pero sí es aleccionador saber que desde las primeras comunidades cristianas costó encarnar la comunión y por tanto vivir el realismo de la Eucaristía. El texto de 1Co. 11,17 ss lo dice.

Con frecuencia hemos mal usado una de las expresiones de Pablo: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor” (v 27), y lo hemos aplicado a la necesidad de estar en gracia antes de acercarnos a comulgar. Ello es verdad, pero es mucho más interesante fijarnos en el contexto de esta perícopa: La comunidad de Corinto “no es digna de alabar por el modo como celebran sus reuniones (eucarísticas)” (v. 17). Sucede que los pocos de situación más holgada que conforman la comunidad cristiana llevan consigo sus buenas porciones de pan, carnes, vino, etc. y lo comparten entre ellos incluso hasta llegar a excesos; y no se fijan en la mayoría de libertos y esclavos que vienen al final, después de terminar su faena en el puerto o en el campo. Ellos llegan a manos vacías, sólo para mirar lo que los otros comieron…

Pablo salta. ¡No es eso lo que yo les enseñé! Los seguidores de Jesús deben constituir comunidades alternativas, que no repitan en el culto las divisiones de la sociedad romana del siglo I. Si el centro de la vida y de la entrega de Jesús es el amor y el servicio, es un pecado pretender que eso que hacen sea “la cena del Señor”. “¿Es que no pueden comer y beber en sus propias casas?, ¿en tan poca estima tienen a la Iglesia de Dios, que nos les importa avergonzar a los que no tienen nada? (v. 22).

De ahí que invite a “Examinarse cada uno antes de comer el pan y beber el cáliz; porque quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (vv.28-29). Se trata de “discernir el Cuerpo del Señor”: la Iglesia, de la que todos somos miembros. Diversos y convergentes a la vez.

No es Eucaristía cristiana, según Pablo en este texto, la que no es capaz de romper los esquemas de divisiones (en ese caso sociales y económicas), para plantear un Cuerpo nuevo, el de Cristo, del que todos somos miembros. Los pobres y los pequeños en primer lugar. Para nuestro tiempo Pablo añadiría otros parámetros: tecnológicos, los del hemisferio norte y los del sur; en mi tierra los de la costa, la sierra o la selva; los del campo y los de la zona urbana; los de clase ‘A’, ‘B’, o ‘D’…

Intentemos decirlo en positivo: además de la belleza litúrgica, de la profundidad de la homilía, hay un tejido delicado al que haríamos bien en prestar más atención: la fraternidad, la atención a los enfermos, los ancianos, los de capacidades diversas, los niños…

Continuando el tema del Amor de Dios con que Benedicto XVI está iluminando al pueblo cristiano, al concluir el Sínodo sobre la Eucaristía, en la exhortación Sacramentum Caritatis va más allá de una visión teológica, litúrgica, espiritual. Al final del documento, plantea la relación del misterio Eucarístico con la vida, con el hambre de la humanidad e incluso con la salvaguarda de la creación (SC 88-92). Valdría la pena releer por ejemplo el numeral 88.

Que el Espíritu Santo haga fecundo pastoralmente el Congreso Eucarístico Internacional de Dublín. Que nos mueva a todas las comunidades cristianas a expresar mejor la caridad concreta en la armonía del único Cuerpo de Cristo. Que todos los que sentimos que nuestra vida se cobija en Jesús Eucaristía, crezcamos en la comprensión y vivencia del amor cristiano.