Configuración sacramental de los sacerdotes con Cristo

El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación «Pastores dabo vobis», describe algunos rasgos de lo que significa la configuración sacramental de los sacerdotes con Cristo.

Ante todo, dice que el sacramento del Orden los une a Cristo con una "ligazón ontólogica específica" (No. 11); es decir, ser sacerdote no es algo meramente accidental o funcional, sino que configura su persona con Cristo; por tanto, aunque se les suspenda en el ejercicio del ministerio, no dejan de ser sacerdotes. En efecto, "el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote -relación ontológica y psicológica, sacramental y moral- está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el Espíritu y para aquel radicalismo evangélico al que esta llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual» (Ib 72). Su ordenación le exige luchar diariamente por ser santo, digno, casto, humilde, pobre, servidor.

Esta configuración sacramental con Cristo los hace ser sacramentos de su presencia, signos de su acción salvífica, a pesar de sus propios pecados. Dice el Papa: "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evangelio y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y actuando en su nombre» (Ib 15). «Han sido puestos, al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo» (Ib 16). ¡Esto es un misterio, que sólo percibe y acepta quien tiene fe cristiana! Sin fe, se ve a los sacerdotes sólo en su aspecto humano, siempre frágil.

La vocación presbiteral no es sólo para cumplir una función administrativa; implica todo el ser, pues "el sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo de la Iglesia... Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa" (Ib 22; cf 43 y 72). Ha sido "escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra de salvación..., no como una cosa, sino como una persona..., implicando la mente, los sentimientos, la vida" (Ib 25). Mediante la Ordenación, ha recibido el mismo Espíritu de Cristo, que lo hace semejante a El, para que pueda actuar en su nombre y vivir en sí sus mismos sentimientos y actitudes (cf Ib 33 y 57). «Está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor que da vida» (Ib 49).

¡Qué vocación tan sublime la del sacerdote! Jesucristo quiere necesitar sus manos, su mente, su corazón y todo su ser, para seguir salvando a la humanidad. Lo definitivo en su persona no son sus cualidades o defectos, sino el ministerio que desempeña en nombre de Cristo y de la Iglesia. Esto es lo que da valor trascendente a su servicio pastoral.

Ante todo, los sacerdotes han de poner todo su empeño en ser santos, como dice el Papa Juan Pablo II: "El presbítero, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás... Para que su ministerio sea humanamente lo más creíble, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de tal manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre» (Ib 43).

Por su parte, los fieles han de ayudar, con sus consejos y oraciones, a que los sacerdotes vayan creciendo en perfección. Cuando sea necesario, corregirles fraternalmente. Si no hay corrección, acudir a las autoridades competentes, para que se proceda en justicia y verdad. Pero, de todos modos, no perder la fe en su ministerio. Cuando celebran Misa, confiesan o bautizan, realizan los misterios no en nombre propio, ni en base a sus méritos personales, sino como instrumentos vivos del mismo Cristo. ¡Que Dios nos conceda esta fe!

Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas