COMBATE ESPIRITUAL

Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15). Jesucristo fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a El no lo llevaron al pecado” (Hb. 4, 15)
 
Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

No podemos pretender, entonces, no tener tentaciones. Ni siquiera podemos pretender nunca pecar, pues aun los santos han pecado y nos dice la Sagrada Escritura que el santo peca siete veces (cfr. Prov. 24, 16).

Sin embargo, la clave del comportamiento ante las tentaciones nos la da esa cita de los Proverbios: “el justo, aunque peca siete veces, se levanta, mientras que los pecadores se hunden en su maldad”. La diferencia entre el que trata de ser santo y el pecador empecinado no consiste en que el santo no peque nunca, sino que cuando cae se levanta, mas el pecador empecinado continúa sin arrepentirse y cometiendo nuevos pecados.

Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo:
“Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo.
Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).

Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones. Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna: “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de
probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stg. 1, 12).

Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación. Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna. De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente: “Sean sobrios y estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8).

Luego debemos tener plena confianza en Dios. Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Tenemos que saber y estar realmente convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 12).

¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio.

¿Qué hacer ante la tentación? Despachar la tentación de inmediato.
¿Cómo? También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer. Nos dice el Catecismo: “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849). “No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padre Nuestro. La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo. Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla Porque ... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31).

Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la tentación. Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones. Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a El a través del Sacramento de la Confesión.