EL CATECISMO: SU NECESIDAD Y SUS FRUTOS

 

            La sociedad está enferma: ¡Y qué enfermedad! El Papa San Pío X en el inicio del siglo XX  hacía ese diagnóstico “Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura[1]”.

            El santo Papa “tuvo la percepción fina de los hombres que pulsan de cerca las conciencias: nuestros pueblos pierden la fe porque una plaga  corroe los fundamentos en que se apoya: la ignorancia religiosa. Es necesario enseñar el catecismo[2].” El Papa quiere que se dé a cada bautizado desde la niñez un profundo conocimiento de Cristo y de su santa Ley para poder hacer frente a las fuerzas anticristianas. En efecto durante tres siglos “el esfuerzo del mal por desenraizar del corazón de los hombres el pensamiento de Dios ha sido titánico. Se ha acostumbrado a los pueblos a pasar sin Él. La sociedad contemporánea recoge los frutos de siembra satánica. Crece la intranquilidad, crece la injusticia. Es absurdo buscar la justicia y la paz lejos de Dios. Donde falta Dios, reina la injusticia, y apartada la justicia la paz se desploma[3]”. Para remediar la crisis espiritual y social actual que causa la dislocación de la familia y de la sociedad; para proteger a los jóvenes contra los vicios y las sectas ¿Qué solución tiene la Iglesia católica? Enseñarle un verdadero Catecismo católico que contenga el conjunto integral de la fe, de la moral y del culto católico. Veamos ahora lo que dicen la Sagrada Biblia, el Magisterio de la Iglesia y los santos acerca de la necesidad y utilidad de una sólida formación religiosa:

 

La Sagrada Escritura

 

            La Biblia enseña que la ignorancia de las cosas de Dios es el peor de los males. ¿De dónde viene que “la mentira y la maldición, el homicidio y el robo, el adulterio lo inunden todo; y que una maldad alcanza a otra, sino de que no hay ciencia de Dios sobre la tierra” (Oseas, 4, 1). Dios mismo se queja diciendo: "Mi pueblo perece por falta de conocimiento" (Oseas, 1, 6).

            El niño instruido en la ciencia de Dios e inclinado a la práctica de la virtud desde sus tiernos años, rara vez olvidará en lo restante de su vida los principios grabados en su corazón (Proverbios 22, 6).

            En el bautismo, el niño recibe la fe en germen. Es preciso durante su niñez y juventud explicarle esa misma fe sistematizada en el Catecismo en cuatro partes:

 

  1. Todas las verdades que Dios nos reveló (el dogma).

  2. Los mandamientos que debemos guardar (la moral).

  3. Los medios de santificación que son los sacramentos.

  4. La oración (el culto).

 

Acaso no dijo Nuestro Señor Jesucristo de bautizar: “a todos los pueblos enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado(Mateo 28, 19-20). Y ¿cómo conservarán lo que mandó Cristo si no lo conocen? Y ¿cómo lo conocerán realmente si los jóvenes quedan con unas nociones adquiridas para la primera comunión y que rápidamente se olvidan o se hacen confusas en su mente? Para evitar esa plaga de la ignorancia, la Iglesia en su Magisterio, insiste muchos sobre la comunicación fiel y completa de la Doctrina de Cristo claramente presentada en el Catecismo  tradicional.  

 

El magisterio de la Iglesia

 

            En su Derecho Canónico la Iglesia manda: “Es deber propio y gravísimo, especialmente de los pastores de almas, el procurar la instrucción catequística del pueblo cristiano” (Canon 1329 (edición 1917), 774 (ed. 1983).

No solamente los padres y los demás que hacen sus veces, sino también los amos y padrinos tienen obligación de procurar que todos sus súbditos o encomendados aprendan el catecismo” (C.1336 ed. 1917):

 

1. Todos los fieles han de ser educados desde la infancia de tal suerte que no sólo no se les enseñe ninguna cosa contraria a la religión católica y a la honestidad de las costumbres, sino que ha de ocupar el primer ligar  la instrucción religiosa y mora.

 

2. No solamente los padres, sino también cuantos hacen sus veces, tienen derecho y deber gravísimo de procurar la educación cristiana de los hijos(C.1372 ed. de 1917).

 

En toda escuela elemental se ha de dar a los niños una instrucción religiosa proporcionada a su edad.

A los jóvenes que frecuentan las escuelas medias y las superiores se les debe dar una instrucción religiosa más completa.” (C 1373 ed. de 1917).

 

LA VOZ DEL PAPA

 

                Queriendo poner fin a la ignorancia religiosa, madre de muchos vicios y sufrimientos, San Pío X publicó en 1905 una encíclica especial consagrada a la enseñanza del Catecismo, su título en latín es Acerbo nimis.

                El Papa afirma: “Si es cosa vana esperar cosecha en tierra que no se ha sembrado, ¿cómo pueden esperarse generaciones  adornadas de buenas obras si oportunamente no han sido instruidas en la doctrina cristiana? De donde justamente inferimos que si, la fe languidece en nuestros días a punto de que en muchos sujetos parece casi muerta, es que se ha cumplido descuidadamente, o se ha omitido del todo, la obligación de enseñar las verdades contenidas en el catecismo (...) El bautizado recibe la fe en germen; pero necesita de la enseñanza de la Iglesia para que esta fe pueda nutrirse y desarrollarse y dar fruto. Por lo cual escribía el Apóstol: La fe proviene de oír, y el oír depende de la predicación de la palabra de Cristo.” (Rom 10, 14. Acerbo nimis no 11, en adelante escribiremos An y el número del párrafo).

                La ciencia de las cosas divinas comunicadas mediante el Catecismo es el fundamente de la vida moral; es un freno poderosísimo para dominar las pasiones malas; es un motor para impulsar a los hombres a hacer el bien y evitar el mal así que la ruina actual y sobre todo la eterna. Al respecto citando al Papa Benedicto XIV, San Pío X escribe “afírmanos que la mayor parte de los condenados a las penas eternas padece su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben de saber y creer para ser contados entre los elegidos” (An 2).

            Conociendo este peligro San Pío X insiste muchísimo sobre la enseñanza metódica, completa, de la doctrina cristiana explicada en el Catecismo con preguntas y respuestas que inculcan la fe católica. La meta del Papa es doble: salvar a las almas y evitar que los hombres vivan como paganos y diciéndose cristianos. El Papa escribe: conviene repetirlo para inflamar el celo de los ministros del señor, ya es crecidísimo y aumenta cada día más, el número de los que todo lo ignoran en materia de religión, o tienen de Dios y de la fe cristiana un concepto tal, que en plena luz de verdad católica, les permite de vivir como paganos. ¡Ah! Cuán grande es el número, no diremos de niños, pero de adultos y hasta ancianos encorvados por  la edad, que ignoran absolutamente los principales misterios de la fe”. Y como consecuencia de esa ignorancia, esas personas tienen “por lícito forjar y mantener odios contra el prójimo, hacer contratos inicuos, explotar negocios infames, hacer préstamos usurarios y constituirse en reos de otras prevaricaciones semejantes. (...) Alimentan en sus almas, que carecen de principios religiosos, los pensamientos más perversos, y hacen el número de sus iniquidades mayor que el de cabellos de su cabeza. (An 11). Y esos vicios se encuentran no sólo en la gente del campo sino también en la gente que se envanece en su saber y sus diplomas. Concluyendo la encíclica el Papa se dirige a los obispos y les pide: “Os rogamos y suplicamos que observáis cuán grandes son los estragos que produce en las almas la sola ignorancia de las cosas divinas. (… no dejéis, de procurar, ante todas las cosas, con todo empeño, con todo el celo, con toda la solicitud de que sois capaces, que el conocimiento de la Doctrina Cristiana llegue a todos los fieles y se inculque profundamente en sus almas” (An 22). San Pío X quería que “el catecismo pudiera entrar en las escuelas con total dignidad, con porte airoso, como ‘primer libro’, el más digno de atención[4]porque el Catecismo es un eficaz “remedio a la plaga de la ignorancia religiosa, raíz verdadera de nuestros males[5].

 

Consecuencia de la ignorancia religiosa

 

            “Donde quiera que la inteligencia está bloqueada por las densas tinieblas de la ignorancia, es imposible encontrar ni recta voluntad, ni buenas costumbres, porque si caminando con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en peligro cierto de extraviarse. Añádase que en quien no está enteramente apagada la antorcha de la fe, todavía queda esperanza de que se enmiende y sane la corrupción de costumbres; mas cuando la ignorancia se junta a la depravación, ya no queda espacio para el remedio, sino abierto el camino de la ruina”(An 5).

                Un poco más tarde, el Papa Pío XII escribía “El primer cuidado y preocupación de la Iglesia debe ser que la inocencia de los niños no se mancille, a fin de tener siempre presente y procurar su salvación eterna” Quemadmodum del 6 de enero de 1946).

“La verdad es la lámpara de la buena acción  (… Si no se conoce a Dios, si no se observa su ley, por qué nos hemos de extrañar que la historia se vaya contando por sucesiones de catástrofes? [6].

 “No es acaso esta negación o menosprecio de Dios, Creador Juez Supremo del hombre, la fuente principal de la creciente inundación del mal que preocupa hoy día a los hombres de bien, y siembra el camino de la vida humana de tantos hogares destrozados? Si los hombres que creen en Dios no lo glorifican como a Dios, ni le dan gracias; si la fe es mantenida oculta en el secreto del aposento, mientras la inmodestia, la malicia, la avaricia y toda suerte de maldad son ampliamente practicadas en los salones y públicas reuniones, es acaso de extrañar que Dios los entregue a los perversos deseos de su corazón para la inmundicia (...) y los hombres se vuelven llenos de envidia, homicidas, fraudulentos, enemigos de Dios, ultrajadores, soberbios, altaneros, desobedientes a sus padres, desamorados, desleales, y despiadados (Rom. 1, 18-32 [7]”.

 

Los santos hablan del catecismo

 

            San Antonio María Claret en su (Autobiografía n. 275) dice que el Catecismo preserva a los niños “del error, de vicio, y de la ignorancia, y los forma en la virtud”. El mismo santo escribía que el remedio para neutralizar a los sectarios y destruir sus calumnias “es la formación de un buen clero (sacerdotes), sabio, virtuoso, celoso y de oración, por una parte, y, catequizar y predicar a los niños, niñas y demás gentes y hacer circular libros buenos y hojas sueltas[8]”.

Veo –decía- que el mundo está perdido, y no sé hallar otro medio que la formación de un buen clero (...) el segundo medio es la formación de la juventud de ambos sexos” (S. Claret, E.A. n  170). El mundo está saturado de sociología y falto de catecismo. Todo el mundo piensa en los derechos y nadie en los deberes... El Camino recto (catecismo—devocionario escrito por San Claret) para ir al cielo es también el más recto y seguro para vivir en la tierra. Yo sólo veo aquel catálogo de deberes de los diferentes estados: deberes de los padres, de los hijos, de los maridos, de los jóvenes, de los hacendados, de los pobres, de los negociantes, de los artesanos y de los trabajadores del campo. En ninguna parte habla de derechos. (S. Claret, EA, pág. 425, nota 34: Si cada uno cumple con sus deberes, entonces respetará los derechos de los demás).

            San Juan de Ávila se dedicaba a la instrucción de los niños y decía: “ganada esta tierna edad, se ganaba y recobraba toda la república; porque los pequeños pasan a ser grandes y por su mano se gobierna la república. La buena educación y enseñanza de la doctrina cristiana es la fuente y raíz de todos los bienes y felicidades de une república, al paso que el educar mal a la juventud es envenenar las fuentes comunes” (citado por S. Claret, EA 280). La ignorancia del catecismo es un peligro nacional. En efecto “Los que no saben la doctrina cristiana son ciegos sin guía, sin luz, en tinieblas; son árboles sin raíz; navegantes sin brújula ni timón; soldados sin armas; trabajadores sin pan.[9] (S. Claret EA, 287). Ya en el siglo XV Juan Gersón, rector de la Sorbona, la Universidad de París, escribía: “Habrá quien se admire de que nos amenace un gran cataclismo religioso y social, cuando ya son muchos los que tienen por indigno de un teólogo, de un famoso literato, o de hombres investidos de alguna dignidad eclesiástica, que se dediquen a la enseñanza de la doctrina, sobre todo a los niños?” (S. Claret E.A. 287). En el siglo 16, no habrían Lutero y Calvino, los fundadores de la herejía protestante, causado tantos males, si la ignorancia y la corrupción de costumbres no les hubieran abierto el camino y preparado los pueblos?

            Habrían las sectas protestantes, en nuestros días, arrancado al catolicismo millones de almas si los sacerdotes y padres de familia hubieran dado un catecismo completo, católico, integro, a los bautizados? Si hoy el 90 % de los jóvenes de México son indiferentes en materia religiosa y buscan el sentido de su existencia en el esoterismo, es decir, en doctrinas supersticiosas y falsas, que en muchos casos tienen en forma clara o “bajo el agua” cultos satánicos; eso significa un grado elevado de ignorancia de las bases de la religión católica.

A lo anterior, debemos agregar, que los nuevos catecismos católicos, no son ni completos ni claros: están llenos de ambigüedades, en un intento de no contradecir a otras religiones – falso ecumenismo- por lo que debemos dar un grito de alarma para regresar a los catecismos católicos de siempre: el de San Pío X,  el del Padre Jerónimo Ripalda o el Catecismo Romano del Concilio de Trento.

            Ya en 1946 el Papa Pío XII lanzaba ese grito de alarma: “El cuerpo de Cristo que es la Iglesia está amenazado no sólo por poderes extraños, sino también por fuerzas internas de debilidad y decaimiento. Habéis sido alertados del peligro. La creciente  debilidad, el desvitalizante progreso que ha ido avanzando, en no pocas partes de la Iglesia,  se debe principalmente a la ignorancia o por lo menos al conocimiento superficial de las verdades religiosas enseñadas por el Divino Redentor a todos[10].

 

Conclusión: frutos del catecismo

           

            Enseñar en forma completa el catecismo católico a los niños es el medio más adecuado y seguro de reformar la familia y arraigar sólidamente en ella la virtud; si las familias son reformadas, como consecuencia, la sociedad también será reformada. El catecismo sirve: para mantener siempre encendida en el pueblo la llama de la fe y despiertas las conciencias para protegerse contra la corrupción de las costumbres públicas y privadas y salvarse.

 “El catecismo es luz que ilumina las inteligencias y las guía por los caminos del recto vivir; la bandera y programa de Jesucristo y de su Iglesia; la teología del evangelio en pequeño compendio; el más eficaz instrumento para la buen  educación; la base y fundamento, sólido y firme, sobre el que se ha de asentar la vida cristiana; la verdadera clave para hallar la solución de todas las cuestiones sociales; el código de la sana moral; el conjunto de verdades y preceptos que como precioso eslabón nos une con Dios[11]”.

             En el catecismo el niño aprende a vivir como debe hacerlo todo hombre honrado y cristiano; aprende a conocer a Dios, a reverenciarle y servirle. “Entreguemos en nombre de Dios, a estas almas tiernas a Jesucristo, antes que, sojuzgados por  la pasión, venga el demonio a apoderarse de ellas[12]”.

            Hagamos lo posible para inculcar el catecismo a nuestros hijos aunque estén grandes. Leamos cada semana unas páginas de nuestro catecismo. Ofrezcamos catecismos como limosna. Tratemos de ser catequistas. Así, con la ayuda de Dios, podremos evitar muchos errores y conducirnos en el camino de la eterna Salvación.

 

Padre Michel Boniface

 

 


 


[1] José María Javierre, Pío X Historia ejemplar y divertida del Papa santo y querido en nuestro siglo, Madrid, 1984 p. 200

   [2] J. M. Javierre, Pío X p 161.

   [3] J. M. Javierre, Pío X p 200.

[4] J. M. Javierre, Pío X , p 245.

[5] J.M. Javierre, Pío X p 200.

[6] Carta de la Secretaría de Estado al III congreso catequístico de Milán, 1 de octubre de 1939.

[7] Radiomensaje al congreso catequístico de los Estados Unidos 1946.

[8] San Antonio María Claret, Escritos autobiográficos,) Madrid, BAC, 1981, pág. 367 n 734-35; (en adelante EA en el texto)

[9] S. Claret EA, 287

[10] Radiomensaje de Pío XII al congreso catequístico de los Estados Unidos, 1946

[11] P. Ramón J. De Muñana Méndez, SJ. El sacerdote en oración, meditaciones, Bilbao, 1962, pág. 313, no 361

[12] P. José Mach,  Tesoro del sacerdote, Barcelona, 1891,  11a edición Española,  p. 783.