Autor: Liliana
Esmenjaud
Fuente: mujernueva
Castigo o Corrección
Necesitamos educar, y esto implica corregir, pero el hacerlo no está reñido con el cariño, las buenas formas y el buen trato.
Hace unos días leía
en el periódico que todo castigo deja una huella de resentimiento, por lo que
hay que evitarlo y hasta denunciarlo. Esta generalización se me hizo un tanto
peligrosa. No porque esté a favor del castigo, sino porque puede llevar a
muchos padres de familia e incluso a profesores a pensar que el corregir está
mal, cuando no es así. Todo depende de qué se entiende por “castigo”.
Todo educador, llámese padre de familia o maestro,
está investido de autoridad para educar y formar al hijo o al alumno. Parte de
esta labor formativa y educativa se ejerce a través de las correcciones de
todos los días. Si se nos quita la posibilidad de corregir, se nos despoja en
ese mismo momento de la capacidad de educar.
Actualmente muchos adultos tienen miedo a “traumar” a
los pequeños si se les corrige o se les llama la atención. Hay quienes nunca
dan una negativa al hijo por miedo a que se enoje o a que baje su autoest ima.
Sin pensar que les dañamos más al dejarlos en el error o al permitirles que
hagan tonterías que les pueden lastimar. ¡Cuántos manazos a tiempo han salvado
a algún niño que jugaba con un cuchillo o que estaba a punto de meter el dedo
en el enchufe! Seguramente el niño lloró, pero de no haberlo hecho, no hubiera
tenido la posibilidad de llorar nunca más. Muchas veces nos puede pasar con
los adolescentes, que por evitar que “lloren” por una corrección, los dejamos
que sufran amargamente las consecuencias de algún comportamiento que se pudo
evitar de haber actuado en su momento. Y créanme, esto sí crea resentimientos.
Si pensamos bien en qué es lo que más agradecemos a
nuestros educadores ahora que somos adultos, nos damos cuenta que es
precisamente su paciencia y constancia para ayudarnos a formar hábitos y
superar errores y limitaciones, aún a pesar de nuestros enojos y falta de
colaboración en muchos casos. Esto implicó toda una serie de correcciones a lo
largo de la v ida, con malas caras nuestras en muchas ocasiones, pero que
ahora agradecemos y hasta reconocemos que somos lo que somos gracias a ellas.
Nunca olvidaré cuando en 5º de primaria en un examen de matemáticas plantee
bien el problema y resolví correctamente las operaciones, pero al poner el
resultado se me olvidó especificar que se trataba de metros. ¡La maestra me
puso mal todo el problema por este despiste! Me enojé, ¡claro está! pero no me
traumé ni le guardo ningún resentimiento. Por el contrario, le estoy muy
agradecida porque gracias a esa corrección no volví a tener despistes de este
tipo en ningún campo, y eso me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida.
Por otra parte, si nos ponemos a pensar, nadie nace
siendo ordenado, o bien portado, o con la prudencia y el tacto en el trato que
no moleste a nadie. Todas estas características que hablan tan bien de un
adulto, son en la mayoría de los casos, el resultado de todo un proceso de
correcciones por parte de sus padres o ma estros cuando él era todavía niño.
La teoría sola no forma. No basta con que digamos a los niños que decir
mentiras es malo, para formar el hábito de la sinceridad. Es necesario por una
parte, que le motivemos a decir la verdad y que le felicitemos cuando lo haga
para que aprenda a sentir la satisfacción de haber hecho algo bien. Pero al
mismo tiempo, si no le corregimos cuando miente, lo seguirá haciendo y no
logrará el hábito deseado.
Es cierto que en ocasiones se ha abusado de los
castigos, llegando a lastimar al niño ya sea física o afectivamente. Por eso
se entiende que se haga tanto hincapié para prevenir estos casos y asegurar
que no vuelva a pasar. Pero no por esto se ha de dejar de corregir y de
educar. Por otra parte, debemos recordar que la educación es un arte y que se
ha de aplicar de manera personalizada. Cualquier madre de familia sabe muy
bien que lo que le ha servido para corregir a su hijo mayor, muy probablemente
no le ayude con el menor. La manera de co rregir ha de depender de lo que se
corrija, de la personalidad y de la edad del niño.
Teniendo en cuenta lo anterior, es posible dar algunos
consejos prácticos para asegurar que nuestros modos de corregir no dañen a
nuestros niños, sino que por el contrario, los ayuden a crecer como personas.
Primeramente es muy importante que la corrección se
haga para ayudar al niño a ser mejor, y no porque me ha molestado lo que ha
hecho. Los niños tienen como un sexto sentido para captar muy bien las
intenciones de los padres y maestros. Saben distinguir cuándo se les corrige
por amor y cuándo por puro coraje. Además, con las correcciones les enseñamos
a distinguir lo que está bien de lo que está mal. Hay que ser muy consecuentes
con esto, para que el niño aprenda que se le corrigió porque estuvo mal que
pegara a su hermanito, y no porque la mamá estaba de mal humor. Los niños son
más inteligentes de lo que muchas veces pensamos, y van formando sus propios
criterios del bie n y del mal no tanto por lo que les decimos sino por
nuestras reacciones hacia lo que hacen.
En segundo lugar, no hay que esperar hasta que el niño
llegue a la edad de la razón para corregirlo. En ese momento ya llegamos
tarde. El niño empieza a formar hábitos desde que nace, por lo que los
primeros años son básicos para su educación. Si no está en edad de entender
razones, no se las des. Pero no dejes de corregir en el momento. Le haces un
favor al ayudarlo a adquirir hábitos desde la más temprana edad.
Una vez que el niño ya entiende razones, es importante
que aprenda que todo lo que hace tiene consecuencias. Todo acto bueno, tendrá
consecuencias buenas, y todo acto malo, consecuencias malas. En la vida
ordinaria las consecuencias ya sean buenas o malas no siempre se dejan ver
instantáneamente. A veces se tardan años en llegar, pero siempre lo hacen.
Descuidar la propia salud, a lo mejor no me afecta en un principio, pero tarde
o temprano lo hará. Esforzarme e n mis estudios puede no darme resultados
inmediatos, pero el día en que encuentro trabajo doy por bien pagadas tantas
horas de desvelo. Al niño hay que ayudarle a ver las consecuencias de sus
actos de manera inmediata, para que comprenda esta relación entre su
comportamiento y la consecuencia, y es aquí donde los reforzamientos y los
correctivos entran en juego. Una felicitación, o una palmada en la espalda,
ayudan al niño a entender que lo que hizo estuvo bien, y muy probablemente
buscará hacerlo de nuevo. Un regaño o hasta una sanción, según sea el caso, le
harán ver que lo que hizo no lo ha de repetir. Es muy importante que entienda
que el correctivo se le aplica no porque se esté enojado con él, sino que es
una consecuencia de lo que él hizo y que está en sus manos el que no se le
vuelva a poner.
Esta es la misma función de las notas en los exámenes.
Un 10 me está diciendo que estoy aprendiendo, y un 5 que debo volver a
estudiar. No necesito esperarme a que me haga fal ta esta información en la
vida para saber si la asimilé o no. Del mismo modo pasa con los correctivos.
No necesitamos esperar hasta que metan al joven a la cárcel para que aprenda
que no era correcto falsificar firmas, cuando pudimos corregirlo la primera
vez que copió la de su papá, aunque lo hiciera por juego.
Es importante que el niño sepa qué es lo que se le
está corrigiendo y por qué. De poco sirve que se le quite al niño su juguete
preferido por un tiempo, si no sabe por qué motivo lo perdió. En cambio, si lo
sabe, evitará en un futuro hacerlo y podemos decir que entonces aprendió.
También es importante que la corrección sea
proporcional a lo que el niño hizo y que en sí mismo el correctivo no le haga
daño. No podemos dejar a un niño sin comer, o a la intemperie en el frío como
sanción, pero sí a lo mejor dejarlo sin televisión en alguna ocasión.
Ayuda mucho, en la medida de lo posible, que el
correctivo tienda a reparar el mal que el niño o el joven haya podido hacer.
De esta manera, por un lado, comprende que sus acciones pueden dañar a los
demás y, por otro, aprende a responsabilizarse de las mismas.
Es importante que los correctivos sean apropiados a la
edad del niño o del joven. Si ya está en edad de entender las razones, habrá
que esperar al momento preciso para hablar con él y que él mismo acepte el
correctivo como consecuencia de lo que ha hecho. En muchos casos esto es muy
saludable y hasta le da la sensación de haber reparado el mal que haya podido
causar con su conducta. Pero si por el contrario, se lo imponemos sin que sea
conciente de que hizo algo malo, le podrá servir para no hacerlo otra vez,
pero lo evitará más por miedo que por convicción, además de que se corre el
riesgo de generar un sentimiento de injusticia haciendo que se rompa la
comunicación con él, lo que sería muy perjudicial, pues en ese momento
perderíamos nuestra capacidad para ayudarle.
La regla de oro que nunca falla
es la de ser suaves en la forma y firmes en el fondo. Bien dice el dicho que
más atrae una gota de miel que un barril de vinagre. El corregir es una forma
muy auténtica de nuestro amor a los hijos y alumnos. No claudiquemos a nuestra
responsabilidad de educadores, pero eso sí, hagámoslo siempre con amor.