FORMACIÓN ELEMENTAL PARA LAICOS CON PRISA

"SÍRVASE SERVIRSE":

CARISMAS Y MINISTERIOS

Juan Manuel Ramos

 

 

http://www.cmfapostolado.org/recursos/areasapostol/laicos/Laicosconprisa/3%20Sirvanse%20servirseRamos.htm

 

A. CONTENIDO

 

0. Introducción

I. FUNDAMENTOS

1. El Espíritu del cosmos: Soplo de Dios

2. El Espíritu de Jesús: Artesanía proexistente

3. El Espíritu de la Iglesia: Diaconía para el Reino.

II. DESARROLLO

4. Carismas y ministerios en la Iglesia.

5. Carismas compartidos: agrupaciones en la Iglesia.

 

 

0. Introducción

 

Estamos acostumbrados a leer con rapidez. Así nos han recomendado hacerlo con el objeto de aprovechar el tiempo. Y nos creemos que de esta manera, asimilamos más rápidamente. ¿Es eso verdad? Me permito dudarlo. Cuando un escrito nos dice lo que ya sabemos, somos capaces de leerlo a gran velocidad; comprobamos que lo entendemos perfectamente, alabamos la claridad del mismo pero, al fin y al cabo, no nos hace crecer. A lo más, alimenta nuestra autosatisfacción, y exclamamos sin palabras: "¡Evidente! Esta es la verdad"; o, por el contrario -pero que viene a ser lo mismo a efectos de nuestra subida al pedestal de juez infalible-: "¡Falso! No es verdad".

 

Puede ocurrir que un texto nos parezca claro porque lo entendemos. Y decimos que lo "entendemos" porque razona como nosotros, utiliza del mismo modo que nosotros el instrumento del lenguaje. Pero, ¿y si tal texto pretende decir otra cosa? Cada texto tiene su propia inteligibilidad. Si no nos metemos en su inteligibilidad estamos proyectando nuestras preconcepciones y haciendo decir al texto lo que el texto no quería decir. En esta hipótesis, estaremos convencidos de que entendemos lo que leemos pero, en realidad, no hemos salido de nosotros mismos hacia el texto. No hemos cambiado. No hemos crecido. Y nos hemos engañado. Tal vez un ejemplo nos ayude a comprender lo que quiero decir: tomamos un libro donde se nos dice que la Iglesia "es un acontecimiento que permea la historia como una comunión de hermanos en Jesús unidos por la fuerza del Espíritu". Lo leemos despacio, si no estamos familiarizados con las palabras utilizadas. Y lo entendemos, ¿lo entendemos? Sabemos lo que significa fuerza y Espíritu, pero ¿sabemos lo que significa, en el fondo, la fuerza del Espíritu que es la que congrega a la Iglesia? Si no hemos experimentado que somos Iglesia porque el Espíritu nos une, esas palabras nos transmiten nada más que sonidos que ya habíamos escuchado en otra ocasión, y que reconocemos, pero que no entendemos, aunque creamos entender. Y éste es precisamente el engaño.

 

Si no os parece mal, propongo que hagamos un experimento con la lectura de estas hojas. En lugar de leerlas con rapidez, vamos a reflexionar, vamos a repetir, vamos a interrogar cada expresión. No hemos de tener prisa para llegar adonde la prisa jamás nos conduciría. Jamás llegaremos a"entender" los carismas y los ministerios si el autor de los carismas no nos los da y, por ello, una lectura apresurada y superficial que nos dé una idea del texto, pero que no nos haga cambiar (abrirnos a lo que el texto pretende decir), sería bastante inútil. Este es el experimento: meternos en las líneas hasta que ellas nos muestren su significación intrínseca. Si sale bien, tal vez logremos el objetivo, que es eminentemente práctico: llegar a cambiar, esto es, crecer.

 

Para los que menos habituados estén a leer de esta manera que proponemos (para los que no tienen costumbre de leer poesía), el texto será constantemente interrumpido con incisos aclaratorios. Ojalá que el esfuerzo merezca la pena. Ojalá que este ejercicio robustezca lo que tenemos tan escuálido: el sentido contemplativo.

 

I. Fundamentos[1]

 

1. El Espíritu del Cosmos: Soplo de Dios[2]

 

Cuando uno se abre al don de dios, halla en el hueco de las cosas que trata, en el asiento de las circunstancias que a él concurren, en el trasfondo de las personas que le hacen cotidianamente, la mano poderosa que mantiene en la vida la vida. La realidad aparece cargada de Dios. Dios pulula como los segundos minuto a minuto. Sus manos están aún recientes en la rosa. Él recorre montes y collados despertando en cada horizonte nuevas auroras, iluminando el rostro de las cosas. En todo ha ido dejando prendada su hermosura.

 

Cuando uno se abre al don de Dios encuentra brumosa la realidad que le envuelve: el trabajo ya no es el trabajo sólo; el cónyuge no es el cónyuge sólo; el pasado adquiere matices de relato amoroso, y relieves de promesa el futuro. En esa nube donde se hunden las cosas y la propia historia, en esa aureola de misterio que preserva nuestra fragilidad existencial, está la "gloria" de Dios, su resplandor divino. El mundo es realidad "teofánica", pues el Espíritu aletea como aire que todo ocupa y envuelve.

 

Cuando uno se ha habituado a respirar estos aires pneumáticos y a transitar por estas cimas que la nube besa, se descubre a sí mismo como un fruto del Espíritu, como un ejemplo o casa donde Dios mora, como una noche sondeada, o como un mar cuyas propias playas lame, pero jamás aferra, explora pero jamás conoce[3].

El dios que nos habita dentro nonos ha consultado antes, ni nos ha cobrado por la visita. Tenemos gratuitamente el Espíritu de Dios. Es una gracia que se nos da. Gracia se dice "jaris" en griego, de donde procede la palabra "carismático". Podemos, pues, decir que el Espíritu nos hace carismáticos. Bajo este punto de vista, ser carismático es ser "espiritual": serse en el Espíritu como son en el Espíritu todas las cosas. La realidad es pneumática (pneuma significa espíritu en griego) pues el hálito de Dios la hace existir. Nosotros somos carismáticos porque el Espíritu configura nuestra identidad[4].

 

2. El Espíritu de Jesús: Artesanía proexistente[5]

 

Téngase en cuenta que el Espíritu vivificador no es otro que el Espíritu que habitaba a Jesús y éste, al expirar, nos comunicó (Cf. Jn 19,30). Por Jesús y para Jesús fueron creadas todas las cosas que sustenta el Espíritu. Jesús esta en el origen que suscita el Espíritu y en el término que el Espíritu culmina y plenifica. Por eso, nuestra vida -por Cristo, con Cristo y en Cristo- es vital alabanza al Padre. Nosotros, como el cosmos, estamos llamados a dar la talla de Cristo, a acomodarnos a su imagen, a ser con-formados con Cristo. Partimos de Dios, vivimos en Dios, llegaremos a Dios.

 

De este modo, podemos decir que el Espíritu n nos otorga una existencia ciega, imprecisa, indefinida, sino que nos configura con la existencia misma de una persona: Jesucristo, el Hijo encarnado. Y esta persona tiene muy definidos rasgos.

 

Jesús proclama que sanar a una persona es más importante que cumplir la ley de guardar el sábado; que Dios expone su sol a justos y pecadores, y con su lluvia lava a guapos y a feos. Jesús hace lo que dice, mostrando así una autoridad que suscita hondas perplejidades, inaugurando la praxis del Reino: su cercanía cura a leprosos; sus banquetes suscitan solidaridad con los legal y religiosamente perdidos sin remedio eventual; sus denuncias de la hipocresía vigente, junto con la renuncia a empeños armados que evacuaran a las fuerzas de ocupación romanas, le van gestando enemigos. El círculo se va cerrando. Es apresado. Es acusado. Es crucificado por la justicia.

 

Por este Jesús (no por otro), se nos ha ofrecido la reconciliación de Dios, el Reino anticipado, el Espíritu vivificador. Por este Jesús que pasó haciendo el bien: el que dio la vida por sus amigos, el que configuró su existencia como "pro-existencia", es decir, como una permanente e ininterrumpida entrega al servicio de la causa de Dios, que es la causa del hombre; como una indeclinable obediencia a la gloria de Dios que es la vida del hombre.

 

Una existencia alentada por el Espíritu de Jesús es una existencia proexistente, es una mano que sirve, un don disponible para los hermanos, un empeño al servicio de la comunidad[6].

 

3. El Espíritu de la Iglesia: Diaconía para el Reino[7]

 

La comunidad creyente nació por la efusión del Espíritu de Jesús, y recorre el decurso histórico sostenida por un pentecostés prolongado. Por eso se concibe a sí misma como don de Dios y como salvación de Dios para el mundo. Toda ella es un Pueblo-redimido-consagrada al servicio del Reino. La comunidad (eclesis) es servicio (diaconía) al futuro en Dios (pléroma) de toda la realidad creada (cosmos). Lo que dicho en clave neotestamentaria resulta más eufórico: somos la sal de la tierra, la levadura que hace fermentar la masa.

 

Cuando la comunidad se centra en sí misma, afanándose por su perpetuidad, por su autodesarrollo, traiciona la misión a la que el Espíritu la destina. No muriendo a sí misma, se pierde. Sólo dándose, extrovertiéndose al servicio de la humanidad, como Jesús se encuentra.

 

La misión de la Iglesia es su propia identidad. El modo de evangelizar es diaconal. La Iglesia es configurada proexistente por el Espíritu que la ha creado. Es carismática en cuanto servidora, nunca en cuanto señora[8].

 

Juan no relata en su evangelio la institución de la eucaristía en los moldes en los que los sinópticos lo hacen. Pero transmite con un gesto propio de los esclavos domésticos la misma oferta que las palabras: "esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros" contienen: Jesús se ciñe, toma una palangana y lava los pies de sus discípulos. Dado que el discípulo no es mayor que su Maestro, ni el siervo mayor que su Señor, si el Señor sirve, el servidor habrá de llamarse y ser siervo de los siervos de Dios.

 

La comunidad es diaconal en cuanto que cada uno de sus miembros está a los pies de los demás para servirlos. Cada creyente es el aliviador de los cansancios del prójimo, el curador de las lepras ajenas, el rehabilitador de hermanos postrados o postergados. Cada creyente es don para el resto. Nos ha tocado en suerte un lote hermoso; podemos estar encantados con nuestra heredad. Cada persona es un regalo de Dios para la salvación del mundo, el mundo de las personas. Cada uno somos carisma que sirve a la construcción común[9].

 

II. Desarrollo[10]

 

4. Carismas y ministerios en la Iglesia

 

Cuando decimos "Iglesia" solemos saber a qué nos referimos. Se trata de una realidad-ahí, algo objetivo, algo "visible". Pensemos en una agrupación de personas, en una estructuración de labores, en una secuencia de actividades, en un cúmulo de expresiones. La Iglesia está "ahí", como un objeto susceptible de nuestra conceptualización, como un hecho al que podemos referirnos con un nombre. Pero nadie pensaría que ese hecho o "cosa" que llamamos Iglesia esté acabado, como acabada está una piedra. Se trata, más bien, de un edificio en construcción. La Iglesia no es un fósil expuesto en un museo arqueológico, es un "ser vivo" que crece en el foro de la historia.

 

Y, si crece, es que algo la hace crecer. Si se construye, es que alguien la construye. Todos y cada uno de nosotros, los creyentes, somos "piedras vivas" de la edificación que es la Iglesia, como dice San Pablo. Nosotros (el Espíritu que habita en nosotros) somos los constructores.

 

De esta obviedad parte la reflexión teológica acerca de los "carismas" y "ministerios". Señalemos qué es lo que puede entenderse por "carisma":

 

Toda cualidad personal,

orientada hacia alguna tarea más que hacia otra;

toda disposición y ayuda

a una actividad específica de servicio.

 

Y precisemos también, entonces, lo que es un "ministerio":

Capacitación para desempeñar un servicio concreto

de importancia vital para la Iglesia,

que supone una verdadera responsabilidad y cierta duración

y es reconocido como tal por la Iglesia.

De entre los carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia, el NT muestra cómo algunas reciben de los apóstoles una designación especial para una misión específica en la Iglesia (Hoy llamamos, precisamente, "ministerio" a este encargo confiado por la autoridad para un misión determinada en la Iglesia). "Es el caso de Matías, llamado por la Iglesia para suceder a Judas (Hech 1,15-26), de los siete ayudantes de los apóstoles ( Hech 6,1-6), de Bernabé y Saulo, a los que profetas y doctores de Antioquía envían en misión imponiéndoles las manos (Hech 13,1-3), de Timoteo, designado por intervención de profetas y con la imposición de manos de los presbíteros o de Pablo mismo (1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6)" (S. Dianich). Nace así, poco a poco, el hoy llamado "ministerio ordenado".

 

A lo largo de la historia, se ha ido operando una paulatina acumulación de tareas y responsabilidades en obispos y sacerdotes, hasta el extremo de que "eclesiásticos" eran, exclusivamente, los clérigos. La "Iglesia discente" no tenía otro derecho que, "como dócil grey dejarse guiar por sus pastores" (Pío X, Vehementer). Con las amenazas que el "laicismo" suponía para la Iglesia, ascuas a las que se añadía el viento de la escasez de clero, se fue abriendo brecha una "participación del laico al apostolado jerárquico". Así nació la Acción Católica.

 

Siguiendo con estas pinceladas de historia, nombramos el sínodo de 1987 sobre "la vocación y misión de los laicos" En él se ha proclamado insistentemente algo que en el Vaticano II ya se contenía: que el apostolado de los laicos (es decir, su actividad, su identidad, su dignidad) no es una delegación de la autoridad, ni una suplencia temporera, sino que proviene de su propia radicación, por el bautismo, en Cristo Sacerdote, Profeta y Rey.

 

La proliferación de actividades laicas "de hecho" provocó la confusión incluso en la esfera del derecho. ¿Qué tareas era oportuno reconocer como "ministerios"? Pablo VI, en su "Ministeria quaedam" de 1972, pretendió clarificar el tema; ofrecía una clasificación que, tomada por el nuevo Código de Derecho Canónico, quedaba así: "Ministerios ordenados (episcopado, presbiterado, diaconado), Ministerios instituidos (acolitado y lectorado), Ministerios confiados (lector, comentador, cantos...), Ministerios extraordinarios (presidencia de oraciones litúrgicas, administración del bautismo y de la comunión, etc.).

 

En el sínodo, el tema de los ministerios laicales fue extensamente debatido. ya el Instrumentum laboris reconocía: Existen diversos ministerios "no ordenados" confiados a laicos, para que éstos los ejerzan con miras a la mayor vitalidad de la comunidad eclesial; estos ministerios han de personalizarse y coordinarse. El ejercicio de estos ministerios confiados a laicos hace necesario definir la diferencia con respecto a los ministerios "ordenados". Cuando lo presentó el Secretario General del sínodo, Schotte, dijo:

 

"Habrá que afrontar el tema de los "nuevos ministerios" y de la tendencia que se manifiesta en ciertos países de considerar cualquier tarea de los laicos en la Iglesia o en la sociedad como "ministerio". Parece existir una situación de anbigüedad y confusión acerca del ejercicio de los ministerios no ordenados conferidos a los laicos, que requiere precisiones".

 

Bastantes voces pidieron en los diálogos sinodales una ampliación de los "ministerios". Escuchemos a Shimamoto, obispo de Urawa:

 

"Los ministros laicos no son sustitutos impuestos por la falta de sacerdotes, sino una emanación de su participación en el sacerdocio y en la misión de Cristo. Tales ministros deben crearse no sólo dentro de las parroquias, sino también con vistas a su actividad en el mundo, según las necesidades de cada nación".

 

Alguien precisó, más todavía, pidiendo que fueran oficialmente instituídos dos ministerios más: el ministerio de la sanidad y el de la educación.

 

Pero otros señalaban el peligro de que, proliferando los ministerios confiados a laicos, se estuviera efectuando una "clericalización" del laico.

 

Hay para todos los gustos. ¿Necesita uno que le nombren ministro para trabajar? ¿Se conseguirá, mediante una ministerialización masiva, desconcentrar la preponderancia exclusiva de los actuales ministros?

 

En el período de los "círculos menores" la confrontación de perspectivas y posturas se hizo tan insuperable que, al suscitarse la idea de dejar el problema para otro momento, en seguida obtuvo la venia. De manera que, como conclusión, fueron propuestas al Papa las proposiciones 18 y 19.

 

"Los padres sinodales pidieron mayor claridad sobre tres palabras: "ministerium", "munus", "officium" (ministerio, deber, oficio). Se denomina ministerio instituído al servicio que debe ejercerse en nombre y con la autoridad de la Iglesia establemente (aunque no necesariamente perpetuo), implicando una particular participación en la triple función (munera) de Cristo. El Sínodo expresa su vivo deseo de que el motu propio "Ministeria quaedam" sea sometido a revisión, habida cuenta del uso de las iglesias locales, indicando sobre todo los criterios según los cuales deben ser elegidos los destinatarios de cada ministerio.

 

Entre los signos que aumentan la esperanza se encuentran el que en nuestros días como en los primeros tiempos de la Iglesia muchos cristianos laicos están dispuestos a cooperar en la vida eclesiástica y a asumir aquellas obligaciones que pueden ejercitarse sin el orden sagrado.

 

Los deberes de los laicos en la Iglesia se fundan en los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la Eucaristía. Por el baño bautismal nos sumergimos en la vida trinitaria, con la unción del sagrado crisma el Señor nos fortalece con la fuerza del Espíritu Santo como testimonio misionero de vida cristiana y para santificar al mundo. En la Eucaristía nos alimentamos para cumplir con esos deberes.

 

Los deberes de los laicos conciernen al campo social y caritativo, al matrimonio y a la familia, a la catequesis y a la liturgia, a las actividades pastorales, y sobre todo al gobierno de las comunidades. Los laicos especializados trabajan magníficamente en la administración, especialmente la administración financiera.

 

La Iglesia tiene necesidad de un mayor número de laicos en la actividad parroquial para que pueda llevarse a cabo una evangelización adecuada a las circunstancias actuales. Estas obligaciones de los laicos no derivan del orden sagrado.

 

Teniendo en cuenta la petición manifiesta en la proposición precedente, no parece fácil elevar las unciones de los laicos a ministerios instituídos. Tales ministerios pueden oscurecer muchos dones y funciones de los laicos en el matrimonio y en la familia, en el trabajo diario, en la ciencia, la economía, en las artes, en la cultura e incluso en la política". (Sínodo 1987, proposiciones 18 y 19).

 

Una pregunta: ¿Aún se nos ocurrirá seguir pensando que un laico con ministerio es un laico más comprometido? No a los laicos sem-curas[11].

 

5. Carismas compartidos: Agrupaciones en la Iglesia

 

El fenómeno gremial obedece directamente a motivaciones de salvaguarda de intereses comunes e, indirectamente, a la antropológica llamada hacia la socialización. Leída en perspectiva trinitaria esta necesidad de trabar enlaces, puede afirmarse que el hombre, hecho idealmente a imagen y semejanza de Dios, es tendencialmente comunidad de personas. Por ello, cada persona es don que sobreviene a todo el Pueblo de dios. Y cada carisma o peculiaridad personal es un carisma-servicio para la interrelación.

 

Reconociendo, entonces, la "socialidad" del carisma se evidencia de la misma manera la "socialización" carismática. De hecho, existen carismas compartidos por un grupo humano. Las diferentes modalidades de vida religiosas, por ejemplo, se conciben a sí mismas como la continuación en el tiempo de un carisma funcional. En el carisma del fundador, algunas personas reconocen su propio carisma y crean un "aire de familia" carismático. Juntos, como agrupación, como comunidad de comunidades, aportan su don a la construcción del Reino en cada tiempo y circunstancia[12].

 

El fenómeno de las agrupaciones laicales, o "movimientos", ha de ser interpretado desde este mismo dinamismo del Espíritu que suscita vigor renovador para la Iglesia.

 

 

Es claro que un proyecto evangelizador no puede ser realizado al margen de la participación activa de los laicos, a quienes corresponde tareas específicas en la transformación del mundo en sentido cristiano. Esas funciones específicas no pueden ser cubiertas por otros sectores de la Iglesia. Es por demás, natural, por tanto, que en éste como en otros aspectos, los laicos tengan su propia voz eclesial y todo el protagonismo que corresponda a un sector maduro de la comunidad creyente.

 

Los diversos movimientos que surgen hoy entre los laicos de Iglesia están expresando su búsqueda de una espiritualidad a la altura de las responsabilidades eclesiales que les presente su compromiso evangelizador. Importa acompañar esta búsqueda con el respeto debido a la identidad laical y también con la aceptación de su aporte crítico a la comunidad" (MCH, 115, 116).

 

También, en sus orígenes, la vida religiosa era un movimiento laico que prolongaba, en una Iglesia demasiado acomodada a las estructuras socio-políticas ("mundanizada en cuanto vendida al régimen de cristiandad) aquel carisma martirial que había enrarecido a la precedente Iglesia de las catacumbas.

 

La Vida Religiosa mantiene viva en la Iglesia la "tensión escatológica", resaltando el aspecto de Iglesia como "signo" del Reino. La vida laical asume el aspecto "instrumental" de la Iglesia[13].

 

A menudo son estos "nuevos movimientos" saludados como "vino nuevo" que moviliza a la Iglesia y que incluso extiende su efecto benéfico a la siempre antigua y siempre nueva vida religiosa. Pero también son cuadriláteros de tensiones. Así, tanto los riesgos como las ventajas de la contemporánea multiplicación de agrupaciones laicales han sido oreadas en las sesiones del Sínodo de los laicos. ¿Por qué hay grupos o movimientos que no se someten alas pautas parroquiales o diocesanas? ¿Por qué hay párrocos u obispos que no tragan novedades?

 

Este conflicto entre movimientos nuevos y estructuras eclesiásticas clásica fue introduciendo en el aula sinodal, y no sólo como tema de diálogo sino incluso como conflicto. Se hizo ya un poco bochornoso el que los periódicos italianos, repetidos días, destacaran únicamente del sínodo el debate movimientos-obispos, caricaturizando, además, en un duelo personal entre el cardenal de Milán (Martini) y el fundador de Comunión y Liberación (Giussani).

 

Bastantes fueron las intervenciones que pretendían ofrecer criterios de discernimiento en caso de conflicto, conflicto que podíamos denominar de carisma frente a institución, sabiendo que ambos frentes son complementarios y se interseccionan. No se dan en estado puro, ni sería posible que la Iglesia caminara con un sólo de los dos pies. Según la experiencia y la postura previa tomada por el que intervenía en el aula sinodal, así enfocaba estos criterios, así clasificaba su valor. El cardenal Lorscheider, brasileño, veía el tema de manera diferente a como lo veía Felipe Fernández, obispo de Ávila. Ni ellos ven las cosas igual, ni la situación española es la brasileña.

Ante el Espíritu, todos -obispos y movimientos- se deben inclinar. En este era unánime el sínodo. Las discrepancias eran los criterios de discernimiento. Finalmente, se llegó a un texto consensuado, en la Proposición número 16.

 

" Es facultad de los fieles cristianos que las asociaciones sean libremente fundadas y reglamentadas (cf. can 215). El derecho canónico distingue entre asociaciones públicas y privadas. Debido a la diversidad de los tiempos y de los lugares, pueden proponerse criterios de eclesialidad, sin embargo, parece que son necesarios algunos. He aquí varios ejemplos:

 

a) Los carismas de los movimientos y de las asociaciones, por su naturaleza, por su actividad propia en la verdadera fe y por su recta doctrina, deben ser apoyados.

b) Los fundadores de los mismos y los asociados están obligados, ante todo a someterse a la autoridad de los legítimos pastores de los lugares y al Sumo Pontífice, dispuestos a cooperar con ellos tanto en la preparación como en la ejecución de la orden (plan pastoral) de acción pastoral.

c) Deben también reconocer y honrar de manera especial a las comunidades eclesiales, sean diócesis o parroquias.

d) Igualmente sepan claramente que todos los carismas son complementarios entre sí para el bien de toda la Iglesia, y por lo tanto, deben evitarse todas las controversias que puedan vulnerar la caridad eclesial.

e) En el discernimiento de las asociaciones y de los movimientos los pastores se apoyen en la oración y en el examen sincero acerca de las verdaderas necesidades de la Iglesia hoy, a la continua evangelización de los pueblos garantizada la verdad y la caridad. Que ejerciten prudente y sabiamente, sobre todo, su propio carisma de discernimiento, haciendo uso de una larga paciencia hasta que la obra del Espíritu brille verdaderamente.

f) Hay que distinguir claramente la libre y personal actividad de los asociados, que es realizada bajo la propia responsabilidad, de la acción eclesial comunitaria, especialmente en un cargo social, cultural y político.

g) El discernimiento y el impulso a propósito de la actividad de las asociaciones y de los movimientos debe considerar primordialmente los frutos de santidad, comunión y evangelización que provienen de ellos". (Sínodo de 1987, Proposición 16).

 

Es sintomático que de los laicos invitados como observadores u oyentes al sínodo, el 98 por 100 pertenecía a grupos o movimientos. ¿Tan difícil será ser un "laico-sin-más", sin etiquetas, sin carnet?

 

No todo el mundo necesita un movimiento del que formar parte, pero "un cristiano sólo no es cristiano". Algún tipo de relación estrecha, interpersonal, deberá propiciarse dentro de la masiva estructura parroquial.

 

Para alimentar al Espíritu que vive en nosotros[14].

B. PARA COMPLETAR

 

Bruno Forte: "Laicado y Laicidad", Sígueme, Salamanca 1987.

 

José Adazábal: "Ministerios de laicos", Dossiers CPL 35, Barcelona 1987.

 

 

C. OPERACIONES

 

Además de las preguntas para el diálogo, sería conveniente tener noticia de la experiencia de aquellas que han recibido ministerios.

 

¿Qué se podría hacer en la Iglesia para conseguir que los ministerios se practiquen?

 

 

D. PARA EL ENCUENTRO INTERGRUPOS

 

(Primer Bloque: Temas I, II y III)

 

A partir de la introducción hecha sobre este primer bloque:

 

1. ¿Qué conciencia tengo yo de mi vocación laical dentro de la comunión de la Iglesia?

2. ¿Qué rasgos nos identifican como laicos?

3. ¿Cómo vivimos cada uno nuestra experiencia laical en la situación concreta (mi parroquia, mi colegio, mi actividad, mi familia...?).

Sugerencias Concretas:

 

A poder ser que esta reflexión se realice en el marco de una convivencia de fin de semana intergrupal. La primera parte estaría centrada en la identidad personal de cada miembro de los grupos. Sugerimos que se haga sobre todo en ámbito de reflexión y silencio, escribiendo cada uno una carta con el título: "Yo me digo a mi mismo..." que trataría de responder a la pregunta sobre la propia identidad personal como laico.

A partir de esta carta vendría el dialogo en grupo para recoger los rasgos comunes que nos identifican como laicos. Se podría hacer en forma de manifiesto o carta abierta, que se enviaría a la comisión encargada de preparar el Encuentro ‘89.

Esta convivencia tendría como marco litúrgico el final del Adviento o la Navidad. Esto sería una llamada a la "encarnación de nuestros carismas laicales en las situaciones concretasen que vivimos".