Predicador del Papa: Jesús Resucitado
acompaña a sus discípulos por todo el mundo
Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., al evangelio dominical
ROMA, domingo, 15 abril 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de
la Casa Pontificia- a la liturgia de este domingo, II de Pascua.
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Id por todo el mundo
II Domingo de Pascua
Hechos 5, 12-16; Apocalipsis 1, 9-11.12-13; Juan 20, 19-31
El Evangelio del Domingo in Albis narra las dos apariciones de Jesús
resucitado a los apóstoles en el cenáculo. En la primera de estas apariciones
Jesús dice a los apóstoles: «“¡La paz con vosotros! Como el Padre me envió,
también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el
Espíritu Santo”». Es el momento solemne del envío. En el Evangelio de Marcos el
mismo envío se expresa con las palabras: «Id por todo el mundo y predicad el
Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15).
El Evangelio de Lucas, que nos acompaña este año, ha expresado este movimiento
desde Jerusalén hacia el mundo con el episodio de los dos discípulos que van de
Jerusalén a Emaús con el Resucitado, quien les explica las Escrituras y parte el
pan para ellos. Emaús es una de las pocas localidades de los Evangelios que
jamás se ha logrado identificar. Hay tres o cuatro pueblos que reivindican el
título de ser la antigua Emaús del Evangelio. Tal vez también este particular,
como todo el episodio, tiene valor simbólico. Emaús ya es todo lugar; Jesús
resucitado acompaña a sus discípulos por todos los caminos del mundo y en todas
las direcciones.
El problema histórico que queremos afrontar en esta última conversación de la
serie se refiere precisamente al envío en misión de los apóstoles. Las
cuestiones que nos planteamos son : ¿Jesús verdaderamente ordenó a sus
discípulos que fueran por todo el mundo?, ¿pensó que de su mensaje debía nacer
una comunidad?, ¿que aquél debía tener una continuación?, ¿que debía haber una
Iglesia? Nos hacemos estas preguntas porque, como de costumbre, hay quien las
responde negativamente, de forma contraria a los datos históricos.
El hecho indiscutible de la elección de los doce apóstoles indica que Jesús
tenía la intención de dar vida a una comunidad suya y preveía que su vida y su
enseñanza tuvieran una continuación. No se explican de otra manera todas
aquellas parábolas, cuyo núcleo originario contiene precisamente la perspectiva
de una ampliación a las gentes. Pensemos en la parábola de los viñadores
homicidas, de los obreros de la viña, en el dicho sobre los últimos que serán
los primeros, en los muchos que «vendrán muchos de oriente y occidente y se
pondrán a la mesa con Abraham» mientras que otros serán excluidos, y otras
innumerables palabras...
Durante su vida Jesús no salió de la tierra de Israel, excepto alguna breve
visita a los territorios paganos del Norte; pero esto se explica con su
convicción de estar enviado sobre todo para Israel, para después impulsarlo, una
vez convertido, a acoger en su seno a todas las gentes, según las perspectivas
universales anunciadas por los profetas.
Una afirmación frecuentemente repetida es que, en el paso de Jerusalén a Roma,
el mensaje evangélico ha sido profundamente modificado. En otras palabras: que
entre el Cristo de los Evangelios y el predicado por las diversas iglesias
cristianas no hay continuación, sino ruptura.
Claro que existe entre ambas cosas una diversidad. Pero tiene explicación. Si
comparamos la foto de un embrión en el seno materno con la persona de diez a
treinta años nacida se podría concluir que se trata de dos realidades
completamente distintas; se sabe en cambio que en lo que el hombre se han
convertido estaba contenido en el embrión. Jesús mismo comparaba el reino de los
cielos por Él predicado con una pequeña semilla, pero decía que estaba destinada
a crecer y transformarse en un gran árbol sobre el que vendrían a posarse los
pájaros del cielo (Mt 13, 32).
Si bien no son las palabras exactas utilizadas por Él, es importante lo que
Jesús dice en el Evangelio de Juan: «Muchas otras cosas tengo que deciros, pero
por ahora no podéis con ellas (esto es, comprenderlas); pero el Espíritu Santo
os enseñará toda cosa y os guiará a la verdad plena». Por lo tanto Jesús preveía
un desarrollo de su doctrina, guiado por el Espíritu Santo. No por casualidad en
el Evangelio del día el envío en misión se acompaña del don del Espíritu Santo.
Y luego, ¿es verdad que el cristianismo actual nace en el siglo III, con
Constantino, como se insinúa desde algún sector? Pocos años después de la muerte
de Jesús, hallamos ya comprobados los elementos fundamentales de la Iglesia: la
celebración de la Eucaristía, una fiesta de Pascua con contenido nuevo respecto
al del Éxodo («nuestra Pascua», como la llama Pablo), el bautismo cristiano que
toma pronto el lugar de la circuncisión, el canon de las Escrituras, que en su
núcleo fundamental se remonta a las primeras décadas del siglo II, el domingo
como nuevo día festivo que bien pronto toma, para los cristianos, el lugar del
sábado judío. También la estructura jerárquica de la Iglesia (obispos,
presbíteros y diáconos) está atestiguada por Ignacio de Antioquía a comienzos
del siglo II.
Ciertamente no todo, en la Iglesia, se puede remontar a Jesús. Hay en ella
muchas cosas que son producto humano de la historia y también del pecado de los
hombres del que debe liberarse periódicamente, y jamás termina de hacerlo...
Pero para las cosas esenciales, la fe de la Iglesia tiene todo el derecho de
remitirse históricamente a Cristo.
Habíamos comenzado la serie de comentarios a los evangelios cuaresmales movidos
por la misma intención declarada por Lucas al inicio de su Evangelio: «Para que
se conozca la solidez de las enseñanzas recibidas». Llegados a la conclusión del
ciclo, no me queda sino confiar en haber logrado, en alguna medida, el mismo
objetivo, aunque es útil repetir: al Jesús vivo y verdadero no se llega,
directamente, desde la historia, sino a través del salto de la fe. Pero la
historia puede mostrar que no es insensato dar ese salto.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]