La Iglesia afirma sin vacilar
que los cuatro evangelios canónicos “transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de
Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (Concilio Vaticano II,
Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 19). Estos cuatro evangelios
“tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de
Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los
varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe”
(ibídem, n. 18). Los escritores cristianos antiguos se interesaron por
explicar cómo realizaron este trabajo los evangelistas. San Ireneo, por ejemplo,
dice: «Mateo publicó entre los hebreos en su propia lengua, una forma escrita de
evangelio, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el evangelio y fundaban
la Iglesia. Fue después de su partida cuando Marcos, el discípulo e intérprete
de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por
Pedro. Lucas, compañero de Pablo, consignó también en un libro lo que había sido
predicado por éste. Luego Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había
descansado sobre su pecho (Jn 13,23), publicó también el evangelio mientras
residía en Efeso» (Contra las herejías, III, 1,1). Comentarios muy
semejantes se encuentran en Papías de Hierápolis o Clemente de Alejandría (cfr
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, 3, 39,15; 6, 14, 5-7): los
evangelios fueron escritos por los Apóstoles (Mateo y Juan) o por discípulos de
los Apóstoles (Marcos y Lucas), pero siempre recogiendo la predicación del
evangelio por parte de los Apóstoles.
La exégesis moderna, con un estudio muy detallista de los textos evangélicos, ha
explicado de manera más pormenorizada este proceso de composición. El Señor
Jesús no envió a sus discípulos a escribir sino a predicar el evangelio. Los
Apóstoles y la comunidad apostólica lo hicieron así, y, para facilitar la labor
evangelizadora, pusieron parte de esta enseñanza por escrito. Finalmente, en el
momento en que los apóstoles y los de su generación empezaban a desaparecer,
“los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas
de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando
otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias” (Dei
Verbum, n. 19).
Por tanto, puede concluirse que los cuatro evangelios son fieles a la
predicación de los Apóstoles sobre Jesús y que la predicación de los Apóstoles
sobre Jesús es fiel a lo que hizo y dijo Jesús. Este es el camino por el que
podemos decir que los evangelios son fieles a Jesús. De hecho, los nombres que
los antiguos escritos cristianos dan a estos textos —“Recuerdos de los
Apóstoles”, “Comentarios, Palabras sobre (de) el Señor” (cfr San Justino,
Apología, 1,66; Diálogo con Trifón, 100)— orientan hacia este
significado. Con los escritos evangélicos accedemos a lo que los apóstoles
predicaban sobre
Jesucristo.