Conferencia: Las aportaciones del Cristianismo a nuestra sociedad. Junio 2007



 

A cargo del Sr. Josep Miró i Ardèvol

    

LAS APORTACIONES DEL CRISTIANISMO EN NUESTRA SOCIEDAD.

Conferencia Corpus de Lérida, 7-6-07.

            I.      Inicio.

 

El pasado domingo al volver de Fátima con la familia paseamos por el Jardín Botánico de Lisboa. Es una gran exhibición de vegetación en dos grandes espacios separados, uno en la sombra, y el otro un grandioso invernadero. Cuando estábamos en el primero, bajo la acogedora sombra de tantas plantas distintas, el ambiente era agradable, después al entrar en la zona de invernadero notamos un calor intensísimo, necesario para aquella especie de vegetales. Y al volver a la zona de sombra la temperatura ya no nos pareció tan confortable sino francamente fresca y durante un largo rato.

 

Solo el contraste entre un ambiente y otro nos hacía reaccionar, sentir la diferencia. Esta perspectiva del contraste forma parte de la experiencia más elemental, pero a menudo se olvida cuando se comparan el presente y el pasado, es decir la Historia. Sumergidos en nuestro tiempo no sabemos precisar el contraste con otras épocas porque físicamente nos es imposible trasladarnos a ellas, e intelectualmente es una tarea pesada el hacerlo porque requiere buenos conocimientos y un gran esfuerzo de síntesis.

 

Pero para hacerse una idea realista de lo que el cristianismo, y con él la Iglesia, ha aportado a la sociedad, es necesario saber despegarnos del momento histórico presente y de toda nuestra pequeña historia personal vivida. Coger perspectiva. Pasar de una zona a la otra del Jardín Botánico.

 

Si no lo hacemos así perderemos de vista la realidad. La realidad de que toda nuestra época está construida a partir de la Gran Transformación que la venida de Jesucristo y, por voluntad de Él, la Iglesia, ha producido en la sociedad. Toda la construcción legal, institucional, cultura, tradicional, económica, moral; todos los planes de la vida humana están determinados en una medida variable por muy y muy decisiva, por Él, por la Encarnación y su devenir histórico. Por aquella historia de un judío que tuvo por madre a una joven, María, casada con un hombre del pueblo, José. Casi todo lo que hemos hecho y conseguido colectivamente en Occidente, en Europa, en Cataluña arranca de ahí.  De hecho es ya todo el mundo el que registra sus efectos. Y como los que vivimos aún, como estamos inmergidos en este medio, somos incapaces de comprender lo que ha significado, el cristianismo, todo lo que ha aportado y transformado.

 

A pesar de que nuestros tiempos sean tiempos neopaganos aún vivimos inmersos en un sistema de valores, estamos dotados de unas instituciones y normas feudatarias de la cultura cristiana, con una diferencia con el pasado que cabe subrayar. Toda esta construcción, y esto es muy evidente en buena parte de Europa y, de una manera singular en Cataluña, vive un tiempo singular marcado por la erosión o destrucción de esta cultura cristiana y las instituciones sociales que ha generado. No de todos, ni mucho menos. Así, para citar un ejemplo, la benevolencia es un valor en alza, pero en el mejor de los casos hay una transformación general de la esencia de los valores cristianos. Sucede con la caridad, es decir el amor capaz de la donación gratuita, el amor que entrega aquello que le falta, transformado con la más descomprometida solidaridad que entrega cuando le va bien aquello que le sobra. Otros valores, instituciones, corren peor suerte porque están siendo no ya modificados, sino liquidados. El matrimonio y con él la fidelidad es uno de los casos más espectaculares de liquidación, hasta el extremo que en el proyecto del Código de Familia que preparará la Generalitat de Catalunya, la fidelidad entre los cónyuges, que forma parte de todos los códigos civiles, se suprime. Si este proyecto se transforma en Ley, en Cataluña un matrimonio no tendrá la obligación de guardarse fidelidad, será suficiente con ser leal. La diferencia es radical. Lo es en relación con todos los otros códigos civiles de occidente, el francés para empezar, que continúan teniendo en la fidelidad la clave de la institución matrimonial. Y lo es también por el cambio de significado. Ser fiel significa que no se pueden mantener relaciones maritales con otra persona que no sea el cónyuge. Ser leal significa simplemente informarlo. Ya no se declararía incompatible con el vínculo la relación extramatrimonial sistemática. E aquí una manera de introducir bajo un extraño sentido del progreso una especie de poligamia o poliandria por la vía de reconocer por medio de la lealtad la validez de la relación extramatrimonial simultánea con el mismo matrimonio. Extraño pero es así. De esta manera el vínculo queda socialmente desnaturalizado, como también ocurre con el “divorcio express”, y el matrimonio entre personas del mismo género. Lo más curioso de todo esto es que este criterio de aceptación de la infidelidad que ahora se querría introducir en el matrimonio, continúa siendo vetado en otros campos. No se admite la infidelidad al partido político, ni tampoco en la vida laboral, empresarial y económica. De la misma manera que no se admite un contrato laboral y mercantil que sea rescindible unilateralmente sin responsabilidad jurídica por parte de quien lo rompe, sin ninguna necesidad de alegar razones concretas, ni un tiempo para la revisión. Pero eso, que no se acepta en los contratos de significación económica, es exactamente la nueva ley del divorcio, el contrato vital entre personas. Vemos como se destruyen valores en un campo y se mantienen en otros, creando un sistema de relaciones sociales cada vez más caótico, más difícil de objetivizar, de entender y, por tanto, de enseñar. En estas condiciones, ¿a quién puede sorprender la situación en que se encuentra una parte importante de nuestra juventud?

 

Pero ciertamente la pieza más deteriorada en nuestro tiempo es el sentido religioso, la capacidad de apertura del ser humano hacia Dios. Éste es el punto crucial porque éste es el gran forjador de la conciencia humana. El valor fundante sobre el que se pueden construir los otros valores. Por esta razón hoy en día es tan difícil educar, porque se quieren transmitir valores a los jóvenes y adolescentes como el respeto, el civismo, el sentido del esfuerzo, pero no hay donde fomentarlos porque aquella base religiosa ha desaparecido y, con ella, desaparece también el sentido de la trascendencia entendida en su integridad, con lo que significa en primer término de apertura al Dios inefable e indescriptible que sólo en Jesucrito podemos conocer. “Nadie conoce al Padre si no es por mí. Quien me conoce a mí, conoce al Padre”.

 

Y de su mano viene el otro sentido de la trascendencia tan esencial para la educación, el de salir de mi yo, de mi ego, de mi individualismo para asumir a los otros.

 

Por esta razón nuestra sociedad está marcada por el individualismo más extremo de la desvinculación, porque está muy debilitado el sentido de la trascendencia, del trascendente.

 

En nuestro tiempo hay una tensión muy fuerte, en ocasiones conflictiva, entre valores nacidos de la fe y la cultura cristiana que ha engendrado, con las nuevas concepciones que afloran sólo como restos alterados de aquellos valores cristianos, porque no proponen un modelo nuevo, sino que surgen de deshacer el modelo preexistente para adaptarlo al dictado de la satisfacción del deseo, y que, por esta razón, no llegamos a construir un sistema coherente. De esta situación nace la gran paradoja de nuestro tiempo:

 

La paradoja de que a pesar de que es la época en que tenemos más bienes y seguridad materiales de toda la historia, el malestar, la frustración, la inseguridad crecen y crecen, y van a más.

 

 

         II.      Desarrollo.

 

Para observar con objetividad el papel del cristianismo en la forja de la sociedad cabe advertir su doble función. Por una parte es una fe, es decir el vínculo del hombre con Dios, pero al mismo tiempo es también generadora de una cultura, esto es una determinada concepción del mundo, del ser humano, nacida inicialmente de aquella fe, pero que no necesita de ella para ser asumida. Porque nos entendemos rápido. Comulgar forma parte de la fe; cantar villancicos y montar el nacimiento forma parte de una tradición cultural.

 

¿Qué ha aportado esta fe, esta cultura, a nuestra sociedad?

 

El cristianismo opera la mayor transformación de la Historia y lo hace en planos distintos.

 

El primero y fundamental es la transformación de la Religión. Jesucristo sitúa el grano de mostaza de una manera radicalmente nueva de entender la relación con Dios. Las religiones en el pasado eran sobretodo culturales, formales, donde lo que importaba era el rito externo. El cumplimiento de unas normas. Jesucristo rompe de una manera muy enérgica con esto, lo denuncia y anuncia en el nuevo sentido: la religión nace del corazón del hombre y no de su apariencia. En otros términos la religión es antes que nada interioridad (1) y solo a partir de ella se manifiesta. San Agustín desarrolla toda esta concepción de la que es deudora toda la filosofía occidental, creyentes y no creyentes, Rousseau, Kant, Sastre. La interiorización nacida con el cristianismo, la fe entendida así, da lugar a una potente corriente filosófica que se expresa en unos valores muy apreciados en nuestro tiempo: la independencia responsable; la particularidad reconocida de cada persona (que está vinculada a la idea de que cada ser humano es una realidad única, valiosa e irrepetible), y el individualismo del compromiso personal que surge del hecho de que Dios juzga a cada persona individualmente. Cabe decir que gran parte de toda esta concepción llega muy deteriorada a nuestras manos en nuestro tiempo. El subjetivismo a que da lugar, es llevado al extremo en nuestra época, porque desaparece el contrapeso religioso que le da sentido y propulsaba a la persona fuera de ella misma por medio del trascender. Sin trascendencia solo le queda el Yo, la satisfacción de los deseos subjetivos sin aceptar límites. Si una cosa es factible hacerla, debe hacerse, es más, debe reconocerse legalmente con independencia de su bondad para el conjunto de la sociedad. Sobre esta base, es casi innecesario advertirlo, no se puede construir a largo plazo una sociedad sólida.

 

Esta interioridad que surge de la nueva manera de entender la religión, la relación con Dios, produce la apelación a la conciencia del ser humano, y significa la aportación de dos ideas básicas, estrechamente relacionadas: el concepto de laicidad (2) y la separación entre Iglesia y Estado (3). Ambas solo surgen en Occidente, porque es donde está la matriz de la cultura cristiana, las condiciones objetivas que lo hacen posible. Laicidad que significa que las instituciones públicas son neutrales en materia religiosa, y tiene como consecuencia la separación de la Iglesia y el Estado. Dar al César lo que es del César. No se encuentra en ninguna otra concepción religiosa. Iglesia e Imperio, no se confunden en Occidente, y cuando lo hacen dan lugar a una profunda disonancia como sucede con el regalismo, al cual Francia y España ha estado tan decantado hasta épocas recientes, sobretodo en nuestro caso. Laicidad pero entendida en términos positivos como lo expresa el jefe de la República Francesa, el único estado constitucionalmente laico de Europa. Sarkozy que dice  “No tengo una concepción sectaria de la laicidad. Creo que la mayoría de hombres y mujeres de nuestro siglo tienen necesidad de la religión. En la Francia del tercer milenio, el lugar que ocupa la religión es central. Quiero precisar que la religión es un hecho exterior a la República, que garantiza que todas las religiones puedan transmitirse. Creo pues en una laicidad positiva que garantiza el derecho fundamental de la persona a vivir la religión. La laicidad no es enemiga de la religión. Creo que es útil recordar esto cuando los practicantes religiosos son asimilados a los extremistas”. Fin de la cita, que es muy actual y a la vez un inciso. ¿Cuáles de nuestros políticos, de mucha menos importancia, relieve y representatividad, son capaces de hablar en estos términos?

 

Otra aportación fundamental es la idea de la trascendencia (4) a la que ya me he referido entendida como una idea de la relación personal con Dios a través del propio Yo, que no surge tanto del cumplimiento de la ley como del reconocimiento de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo y de su carácter salvífico. La Epístola a los Romanos, no es solo una pieza religiosa monumental, sino la matriz cultural de muchas dinámicas posteriores. No existiría filosofía europea sin este sentido de ascender, scendere, más allá, trans. Kant, Husserl, Jaspers, entre otros, manejan diferentes sentidos de trascendencia para construir su filosofía. La trascendencia es en los planos social, económico y político, por tanto antropológico, el contrapeso del individualismo al que necesariamente nos conduce la interiorización a la que antes me refería. Este equilibrio que ha hecho a Europa más justa, próxima en relación al resto del mundo, está en base del progreso porque ha liberado equilibradamente las energías humanas. Pero como he dicho antes hoy este equilibrio está en cuestión, porque la trascendencia se debilita como valor general.

 

 

El cristianismo significa también una gran revolución cultural.

 

En primer lugar lo que es más evidente: la transmisión de la cultura greco romana (5) que el cristianismo desarrolla. Aquellas culturas llegan a nosotros filtradas, infundadas por el cristianismo. Cuando hablamos de la herencia de Roma y Grecia, absolutamente cierta, cabe añadir que no es una transmisión directa, sino con intermediaria. Platón y Aristóteles tienen en Agustín y Tomás sus recreadores geniales.

 

Se explica en términos exactos pero incompletos que fue el Islam el que transmitió el legado filosófico griego en Europa. Esto es cierto, pero solo hasta el siglo XIII, porque a partir de esta fecha el Islam llega a la conclusión de que es incompatible con la filosofía y acaba con ella. El libro del sufino “Algacel” “La destrucción de los Filósofos” señala el fin. Pero a partir del siglo XIII es precisamente cuando en Europa empieza a brillar la cultura que culmina en el Renacimiento. Nuestras Universidades son la mejor herencia y verificación histórica de aquello. Las Universidades son un invento, digámoslo así, del cristianismo, y con ellas de la extensión, acumulación y multiplicación de la cultura.

 

También el sentido de la historia como avance, como progreso (6). Esta es una categoría ausente del pensamiento helénico y propia de la concepción mesiánica del judaísmo, que el cristianismo aporta, y que pasado por la interpretación de la laicidad nos conduce al sentido del progreso que hoy nos parece un patrimonio político, una idea propiedad de la izquierda. El marxismo es la traducción más ambiciosa –laicista, más que laica- de esta idea cristiana del sentido de la historia. Pero es el cristianismo que abre el horizonte que lo hace posible. Y hoy liquidado el marxismo, cuando un sentido apocalíptico laico parece apoderarse de la sociedad, es el cristianismo quien proclama la confianza en el futuro de la humanidad.

 

Para algunos la concepción de infinitud (7) desarrolla todo su potencial en el marco referencial de la cultura cristiana, a pesar de que éste no sea su origen. La idea de las perfecciones de Dios, o su concepción como contraria a la finitud construye las condiciones para pensar y desarrollar la infinitud como algo diferente al vacío, a la nada propia del pensamiento oriental. Esta visión comporta una idea de la persona y de la sociedad diferente de aquellas otras culturas que encuentran su realización mediante la extinción del sujeto en el más allá absoluto, es decir el nirvana propio de las concepciones orientales, y aún más distinto resulta en relación al materialismo que ve en el devenir personal, la total desaparición, el convertirse en nada. Para nosotros la infinitud es el principio de la realización personal.

 

La razón (8) es inherente al pensamiento cristiano mucho antes de la referencia obligada en Descartes La idea Paulina, de ley natural que nos dice que la escritura coincide con lo que “está escrito en nuestros corazones dando testimonio para la conciencia” (Rom 2, 15) es la base para la ulterior definición de ley natural de San Agustín y la capacidad de razonar para conocer la existencia de Dios, de la existencia y no de su naturaleza. La razón se desarrolla junto con la fe y no contra ella. La fe no niega la razón, sino que la reafirma y la conduce. El itinerario a favor de la razón, es largo, tanto que llega hasta este mismo instante, cuando precisamente un Papa, Juan Pablo II, en el Fides Et Ratio, ha escrito el último y más importante alegato a favor de la racionalidad, precisamente en estos tiempos, donde la llamada postmodernidad rechaza mucha de la aportación de la razón, como consecuencia del fracaso histórico que Europa experimentó durante la primera mitad del siglo XX. Benedicto XVI apela continuamente a ello y hace una demostración continuada de cómo es de ponente la capacidad de razonar desde la fe.

 

Y aún un último apunte sobre revolución de la cultura, a menudo negligido. El cristianismo populariza la cultura, el conocimiento (9) y esto explica el desarrollo mucho más acelerado de la ciencia y la técnica en Occidente. Una ventaja hoy felizmente extendida por todas partes, porque también este vector primigéniamente cristiano es ya casi universal, quizá con la excepción, y no lo es totalmente, de países de cultura islámica.

 

En las civilizaciones precedentes, los conocimientos científicos y técnicos, muchos de ellos espectaculares, de los mesopotámicos, los egipcios, los griegos, veían en ellos no un elemento a compartir, sino una concepción a limitar su conocimiento porque era una herramienta de poder. Esto explica en gran medida que aquellos conocimientos a diferencia de los nuestros no se acumularan y no fueran mejorados con el paso del tiempo. Desde la construcción del espacio cristiano en Europa el progreso de conocimientos se extiende y se acumula, no se pierde en ningún momento, y esto es así, porque se hace popular, no pertenece solo a una casta. Y aquí cabe recordar una vez más la creación de esta concepción cristiana que es la universidad. En un libro que es una referencia obligada en la historia de la ciencia, “La Gran Titulación” de Joseph Needham, se muestra claramente lo diferente que es la influencia de la religión en Occidente y China, y porque aquel enorme país, tan avanzado en determinados aspectos y durante mucho tiempo, se detiene, y también porque occidente, mucho más inculto y frágil al inicio, progresa. El recurso a un clásico en este campo, Christopher Dawson y su obra “La Religión y el Origen de la Cultura occidental”, es obligada para constatar esta evidencia: la idea del conocimiento al alcance de todos está forjada en la semilla cristiana. En este mismo sentido, la ciencia (10) y la técnica (11), nacidas del “desencantamiento” que el cristianismo somete a la naturaleza pagana, está en la clave del proceso. Solo hasta que el río pasa a ser río y el árbol, a ser árbol y, no lugar de dioses y misterios, la ciencia encuentra espacio para configurarse.

 

El cristianismo aún produce una tercera revolución, es la revolución social.

 

De él surge la idea de la justicia (12), igualdad (13) y equidad (14), ésta última tan conectada al implícito católico, que no ve –a diferencia de la Reforma-, en la riqueza a Dios, como se hace evidente en la lectura de los hechos de los Apóstoles. Precisamente muchos romanos admiran la moral de los cristianos para aquellos tres valores.

 

En cualquier caso no es una consecuencia menor que el estado del bienestar, sea una aportación de Europa al mundo, una singularidad que solo se explica a través de estas raíces cristianas. I tampoco es gratuito pensar que su actual crisis, no está desligada de negación de estas raíces. Para decirlo de manera breve y exacta: sin hijos no existe sistema público de pensiones y, sin pensiones no existe el estado del bienestar. Esto lo verificaremos en el plazo de una década en España. Han menospreciado que la economía también depende de la Ley Natural.

 

Y también la posibilidad de libertad (15) y de democracia (16) están en el cristianismo. Estas singularidades propias de Europa y de su gemelo occidental en América del Norte, no encuentran equivalente en ningún otro ámbito de civilización, ni en el mundo musulmán, persa, hindú y sínico. Y ahora la globalización afecta a casi todo, es obligado recordar su otra versión, la versión humanista de la globalización: el universalismo (17) la igualdad radical, dignidad de todos los seres humanos y por tanto la organización que lo exprese en términos individuales y de libre adhesión. El universalismo surge conceptual y prácticamente del cosmos cristiano, y tiene especialmente acomodación en la configuración de la Iglesia Católica, que lo designa con su nombre, precisamente universal, “avant de letre”. Nadie que haya dedicado algo de tiempo a contemplar el paisaje humano de la Plaza de San pedro de Roma en una mañana cualquiera, podrá dudar de esta condición universal. Aún hoy la Iglesia es la única organización realmente universal, formada por personas adscritas directamente, sin los intermediarios de los estados. Esta condición no la tienen las Naciones Unidas, simple estructura y expresión de los intereses estatales, ni cualquier otro organismo. Cuando se daban los nombres de un futuro Papa, la lista la formaban algunos italianos, un argentino, un centroamericano y un africano, entre otros. Es la verificación práctica del universo. Por esta razón no existe una Iglesia de España ni Cataluña, sino la Iglesia en España, en Cataluña. ¿Quién puede afirmar lo mismo y a la vez estar tan unida incluso con la realidad histórica de su propio país?

 

He enumerado hasta 17 características, 17 componentes, que surgen del fundamento cristiano y crecen y se desarrollan, contrapesándose las unas a las otras, buscando nuevos equilibrios, constituyendo el ”elan” europeo. Podrían apuntarse más componentes, discutirse o matizarse otros, pero el peso es indiscutible. Y este conjunto, articulado es lo que ha hecho de la civilización europea una concepción universal. Sin el cristianismo tal realidad no habría sido posible. Sin este componente cristiano Cataluña resulta incomprensible.

 

Estas diferencias brevemente apuntadas, nos pueden ayudar a comprender mejor la aportación cristiana a la cultura occidental y al mundo, al mismo tiempo revela la raíz de las dificultades para que cuestiones para nosotros tan obvias como la libertad personal, la democracia, o los derechos humanos lleguen a desarrollarse en otros sistemas o, simplemente, puedan implantarse. La dificultad está en la raíz inicial y la cultura que lo ha desarrollado es sumamente diferente, y por esta razón el trasplante debe experimentar adaptaciones, algunas considerables, para no ser rechazados por los anticuerpos de la cultura autóctona.

 

Y si entendemos mejor las causas de todo esto, no solo nos entenderemos mejor a nosotros mismos y podremos hacer frente a los problemas que como sociedad nos desconciertan y como personas nos angustian, sino que también podremos entender mejor a los otros, a aquellos que provienen de otras raíces y culturas, a los que son realmente diferentes, no porque abjuremos de lo que somos y quedemos perdidos en la nada del sin sentido, sino por todo lo contrario, porque en la medida que entendemos mejor quiénes somos, cuáles son nuestras raíces y el frondoso árbol que ha desarrollado, nos será más fácil entender la diferencia, sin miedo ni oposición a aquello que es diferente, porque el miedo y el rechazo nace de los corazones inseguros.

 

     III.      Final.

 

La bajada del cristianismo significa perder gran parte de todo esto o dejarlo tan deteriorado que podemos explicar en términos objetivos lo que le sucede a la sociedad, al país, bajo esta perspectiva.

 

La pérdida de la aportación cristiana representaría entrar en un océano marcado por la oscuridad de la incertidumbre, donde nos permiten un mundo tan perfecto en el que ya no será necesario ser bueno, como dijo Elliot. Un mundo donde el deseo más instintivo de cada uno será la norma creciente y sobre él se construirán las leyes como ha venido haciendo España en estos últimos años. Un mundo inviable, por tanto impasible.

 

Para nuestro país, el cristianismo-cultura y el cristianismo-religión han significado aquello que da nombre al espacio hasta hacerlo nuestro. Nuestra geografía es en su onomástica o en su función, cristiana. No se trata de que esto signifique que todos somos cristianos, sino que entendemos su sentido.  Y es también la cultura la que ha marcado el sentido del tiempo. Porque –como escribe Saint-Exupéry- “es bueno que el tiempo que corre no nos produzca la impresión de que nos gasta y nos pierde, sino de algo que nos realiza y madura. Es bueno que el tiempo sea una construcción. Así yo puedo ir de fiesta mayor en fiesta mayor, de santo a santo, de vendimia en vendimia, como hacía cuando era pequeña en casa de mi padre donde cada estancia tenía sentido”. El cristianismo significa entender y vivir de acuerdo con la realidad de que el paso del tiempo no se gasta ni se pierde, sino que nos madura y realiza porque cada paso está lleno de significado y el final lleno de sentido. Y cuando se elimina este sentido, más personas hay corriendo una frustrada carrera contra ellos mismos, a la búsqueda de la tentación diabólica, que Cohete explica también en Fausto, de la eterna juventud. La desaparición del bagaje cristiano la lleva, la imposibilidad de reconstruir la Historia, con mayúsculas, y del sentido del espacio del tiempo personales. Y da pie a lo que Pascal Bruckner llamaba la “Tentación de la Inocencia” es decir instalarse en el infantilismo y la victimización, al no asumir la propia responsabilidad y querer usar la libertad sin el maritage de aquella que es su contrapeso, y confundiéndola con la multiplicidad de ofertas. La libertad reducida a producto de supermercado. ¡Cuánto más mejor! Sin importar la preocupación de que es veraz porque la libertad logra su pleno sentido cuando la utilizan para buscar la verdad. La tentación de la inocencia que tan bien expresa nuestro tiempo es la consecuencia de laminar el sentido de la cultura cristiana, la única respuesta racional a la existencia del sufrimiento a la necesidad del esfuerzo, de la culpa, del miedo, de la incertidumbre, de la muerte, la enfermedad y el dolor. Cómo vivir, cómo continuar haciendo historia si nos negamos a aceptar todo esto, es decir cerramos los ojos a la propia vida, porque vida es inexorablemente muerte y sufrimiento. También alegría, ilusión, esperanza. Pero la dificultad de la respuesta no está en estas sensaciones alegres, sino en los momentos difíciles. Sin cristianismo la persona queda liberada a la soledad de su desdicha. Predicar solo la fiesta no únicamente es falso, es también personalmente y colectiva el camino de la frustración extrema.

 

Hemos podido entrever en una apretada y, por tanto, incompleta síntesis, la sobreabundancia de bienes espirituales, o morales y también, porque están conectados, sociales, científicos y técnicos, que el cristianismo ha aportado a la sociedad.

 

Sirve para comprender el extraordinario patrimonio y el potencial del cual somos depositarios, y de cómo nuestras vidas toman sentido, si se afanan no solo por su continuidad de este depósito espiritual, cultural y social, sino para continuar siendo grano de mostaza que a pesar de su aparente insignificancia crece y se desorbita.

 

Salir a la calle, crecer y desbordar. Este es el papel al que estamos llamados.


 

Publicado por el 25-06-2007