Vulgaridad
estructural
De regreso de un viaje tomé un taxi para que me llevara del
aeropuerto a la oficina. Me puse a revisar algunos apuntes para una reunión que
tendría al llegar con algunos de mis colaboradores. Estando así las cosas, el
taxista me preguntó si no me molestaba que pusiera música en la radio. Le
respondí que no había problema, nada más que no fuera muy alto.
El conductor empezó a buscar una estación de su agrado.
Ciertamente no esperaba yo que sintonizará alguna de música clásica, pero
suponía que oiríamos una de baladas en español y, si teníamos un poco de
suerte, alguna de esas que reviven la música de los setenta, ochenta y algo más.
Pero mis esperanzas se desvanecieron cuando me di cuenta de que la estación
seleccionada promovía una música que yo no sabía clasificar. El ritmo era
pegajoso, pero lo que me llamó verdaderamente la atención eran las letras de
las canciones que incluían frases groseras, así como los comentarios picantes
y los chistes que hacían los locutores, los cuales parecían más propios de
una cantina de mala nota que de un programa radial.
Al llegar a la oficina comenté lo que me había ocurrido con
unos compañeros, y mi sorpresa se convirtió en perplejidad al oír decir a
algunos de ellos que eso era parte de la cultura popular. Lamentablemente
hoy hay quienes pretenden llamar cultura a cualquier cosa, pero esto no es
cierto, no todo es cultura. Si revisamos un diccionario veremos que esta palabra
significa «cultivar los conocimientos y las facultades intelectuales del hombre»,
y el adjetivo popular no nos da la libertad para incluir dentro de ésta
cualquier desatino. Creo que no es justo tratar de justificar lo vulgar con lo
popular. La vulgaridad nace como consecuencia de la destrucción de las
costumbres, de los modelos de vida y de la falta de educación. En el fondo, y
desde mi punto de vista, la vulgaridad no es más que un reflejo de la pobreza
de espíritu y de alma de quien la promueve, o de su incapacidad para poder
poner de moda lo bueno, lo noble, lo que trasciende. En el caso específico de
este tipo de música o programación considero que a veces funciona como una
forma de escape de las tensiones y las frustraciones que pudieran tener algunos
jóvenes que utilizan las malas palabras y las groserías porque tal vez no les
hemos enseñado otra forma de hacerlo.
También es lamentable que algunas de las personas que dirigen
los medios de comunicación no comprendan la responsabilidad y el impacto que
estos tienen en toda la sociedad, pero, sobre todo, en nuestros jóvenes, y que,
en su búsqueda de un mayor rating
(lo que, desde luego, significa también mayores ganancias), permitan y
promuevan la difusión de programas en donde lo que está de moda es hablar con
doble sentido, reírse de los demás y jugar con expresiones fuertes.
Igualmente no debemos olvidar que la vulgaridad se contagia
como la fiebre aftosa.
La vulgaridad no es un accidente, ni fruto del nivel
socioeconómico en que nos desenvolvemos. Es una actitud ante la vida que
depende, sobre todo, de los valores éticos y cívicos. Para erradicarla es
necesario que aprendamos, al igual que en las matemáticas y la química, las
normas sociales, pues éstas nos ayudan a elevar el alma y la calidad de la
convivencia.
Si hoy permitimos que nuestros hijos se griten de un extremo a otro de la casa, se mofen de los demás o hablen usando palabras altisonantes, no nos sorprenda que en el futuro les griten a sus esposas o esposos, a sus hijos e incluso a sus propios progenitores. Dependiendo de la calidad de las semillas que sembremos hoy, así serán los frutos que recogeremos mañana.
BRUNO
FERRARI, Querétaro, México
Act: 25/01/16 @noticias del mundo E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A |