Los dos feminismos
La problemática social del país aparece en distintos planos
y grados. En algunos se exhibe impúdicamente; en otros se mueve de manera
subterránea, casi imperceptible para la sociedad. Uno de estos problemas es,
sin lugar a dudas, la sorda lucha, sin cuartel, que se libra en torno del papel
de la mujer en nuestra sociedad. Lo protagonizan dos clases de feminismo
plenamente identificados: por un lado, el feminismo radical; por el otro, el
feminismo calificado acertadamente de “humanista”; dos enfoques en busca de
una misma realidad. En esencia, ambos confluyen al mismo punto: el anhelo de
alcanzar la auténtica liberación femenina, enarbolando la bandera de una
condena irrestricta a cualquier expresión discriminatoria de la mujer.
Lamentablemente, las diferencias entre ambos, mucho más
profundas que sus afinidades, se vuelven enturbiadoras de la sociedad; sus
distintas y hasta opuestas metodologías levantan barreras infranqueables entre
ambos, como consecuencia lógica de las visiones encontradas acerca de la
proclamada “liberación femenina”. Para el feminismo radical, a veces
rabioso, tal liberación debe pasar necesariamente por la aplicación de la ideología de género. Esta expresión no indica otra cosa que la
“deconstrucción” de la masculinidad, la práctica del sexo libre, el
desvirtuamiento de la familia natural, la legalización de las uniones
homosexuales, el rechazo tajante de la moral objetiva, la práctica “legal”
del crimen del aborto entendido como un “derecho” de la mujer sobre su
cuerpo, y la realización laboral de la mujer por encima y aún a costa de la
esencia de su feminidad y maternidad. De sobra son conocidas las líderes de
este feminismo radical: Martha Lamas, Rosario Robles, Consuelo Mejía, Enoé
Uranga, entre otras.
En sentido contrario, el feminismo humanista cimenta la liberación femenina en la roca firme de los valores humanos y
espirituales más nobles de la humanidad, fundamentalmente la dignidad intrínseca
e inviolable de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte natural.
Desde esta atalaya ética fluyen sus postulados humanísticos: una férrea
defensa de la vida y de la familia como células
vitales de la sociedad; la salvaguarda de la unión estable y perdurable
de hombre y mujer en el matrimonio natural, heterosexual, fundado en el amor y
en el disfrute pleno y responsable de la sexualidad; la condena intransigente
del crimen del aborto que no es justificable ni legalizable bajo ninguna
circunstancia; la aceptación de la realización laboral de la mujer, mas nunca
como un fin en sí mismo, sino como medio, como complemento del rol esencial de
la mujer: madre y educadora de los hijos. Líder de este feminismo humanista es
Rocío Gálvez, y pare usted de contar. Parece que las restantes, si es que las
hay, se hallan acobardadas o les da vergüenza aparecer en los medios de
comunicación (¿o no será que éstos sólo coquetean con el feminismo radical
y niegan espacios al humanista?)
Estupefacto descubro, en una revista ante mis ojos, que una feminista radical escribe: “Esas pendejas incultas (sic, refiriéndose a feministas moderadas, humanistas, psicoterapeutas de profesión) tratan a la pobre gente que cae en sus manos”. En esta línea discurren las rabiosas recriminaciones a Ana Cristina Fox por haber decidido apoyar la defensa de la vida humana. Pero lo que más asombra es que las feministas radicales exijan para ellas todo el derecho de promover sus postulados de género, en tanto que niegan terca y perversamente el mismo derecho a las feministas humanistas de difundir los suyos. Esto es, a todas luces, parece una monstruosa incongruencia de las feministas radicales. Y un negro presagio de noches de cuchillos largos para la sociedad. Tarde o temprano, ésta tendrá que elegir entre uno u otro feminismo.
ALFONSO
NAVARRO, Querétaro, México
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