Infidelidad, ¿el fin de todo?

 

            La mayoría de los matrimonios son afortunados en muchos sentidos. No sé si por sentido común, madurez o amor, o por todo esto en conjunto. Pero lo son porque no han cometido algunos errores que desgraciadamente son cada vez más frecuentes en la vida. Me refiero a:

            -Llenar la vida cotidiana de quejas y reclamos, crear un ambiente tenso donde el mal humor es la regla.  Esto le da al infiel más pretextos para justificarse, más motivos para evadirse.

            -Espiar, revisar la correspondencia, entrar al correo electrónico, pasar por encima del derecho a la privacidad del otro. Una falta de respeto como esta, lejos de solucionar las cosas las complica.

            -Ocultar los sentimientos (ira, miedo, frustración, confusión, inseguridad) por miedo a la incomprensión o al rechazo. Esto los aleja aún más.

            -Depositar en el otro el sentido de la propia vida. Cuando alguien no tiene vida propia y vive a través del otro, una infidelidad es devastadora, pero no tanto por la infidelidad en sí, sino por el vacío existencial del traicionado. Aquí, quien fue traicionado debe darse cuenta de que es necesario vivir su propia vida, rescatar su propio valor y dignidad desde sí mismo, sin depender del otro para esto. 

            -Creer que el traicionado queda en un mal papel. La infidelidad, por más comentarios absurdos que oigamos al respecto, no vuelve al otro tonto, ni lo pone en ridículo, ni le quita su lugar como esposo o esposa. 

            -Ponerse en una posición del bueno o el malo, el culpable o el que tiene derecho a dictar sentencia sobre él. La vida no es así, nadie es completamente inocente  o completamente culpable. Los problemas de la pareja son responsabilidad de los dos. Ponerse en estas posiciones, además, acarrea consecuencias graves. Por ejemplo, cargar más culpas de las reales, sentirse basura, aceptar que se rebaje su dignidad, permitir que se limite su libertad, aceptar abusos, estar siempre queriendo complacer, tener que hacer méritos... Mientras que “el bueno” castiga, pide que le rueguen, hace que el otro «pague las consecuencias».

            -Olvidarse de que el autentico amor es incondicional. No es: «Yo estoy aquí y te amo si tú te portas como yo quiero que te portes». Es: «Eso que hiciste me duele, pero puedes estar cierto de que te amo. Aquí estoy». El amor no es algo que hay que ganar. 

            -Ponerse en la posición persecutoria o de control. Como te portaste mal, ahora tienes que rendirme cuentas, informarme cada paso que das, yo puedo revisar tus cosas y tu vida y decidir hasta sobre tus pensamientos y fantasías... Una actitud así lo único que logra es destruir el respeto, la confianza y el amor. 

            -Asumir conductas de castigo, de venganza, querer hacer sufrir al otro, humillarlo. Cosas como estas tal vez satisfacen al orgullo herido, pero de ninguna manera construyen una buena relación. 

            -Creer que la confianza es algo que se debe ganar el otro, y no, como es, un don otorgado desde la valentía y la generosidad y una decisión personal.

            -Pedirle al infiel explicaciones y justificaciones que tal vez no tiene o no detecta. 

            -No escucharse, no verse uno al otro. Cuando cada uno desempeña un papel -el culpable a la defensiva, el ofendido como víctima-, no se relacionan desde la verdadera persona; por tanto, no pueden comunicarse realmente. Y no podrán, entonces, encontrar el verdadero origen del problema ni construir una buena relación.

            Lo que la mayoría de los matrimonios hacen, y los felicito por ello, es dejar a un lado el orgullo y centrarse realmente en lo más importante, la relación humana de la pareja. Arriesgan las falsas seguridades, van más allá de miedos y dudas, y entran en la profunda intimidad. Tienen capacidad para examinarse a sí mismos y reconocer errores por ambas partes. Y, lo fundamental de todo, optan por el amor. Por eso creo que Dios está en esos matrimonios.

 

YUSI CERVANTES, Querétaro, México

 Act: 25/01/16   @noticias del mundo           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A